Diana Quer fue la tercera víctima de su presunto depredador (la ley me obliga a decir presunto). La tercera que se sepa, porque seguramente hubo más de las cuatro contabilizadas. Hubo dos primeras agresiones sexuales que fueron denunciadas y en las que se señaló al hombre hoy detenido. Pero, ¡oh, sorpresa!, nadie creyó a la víctima. Y así ( siempre, ejem, presuntamente) este hombre se fue empoderando y ascendiendo en su escalada de violencia, porque la sociedad le había enseñado que las víctimas no importan, y que las mujeres estamos para eso. Para satisfacer la pulsión sexual de los hombres

Por cuarta vez hemos tenido unas campanadas de Nochevieja en las que una mujer semidesnuda sale a un balcón en la noche más fría del año acompañada de un señor bien tapadito. Y ese es el mensaje que transmitimos: ella va casi desnuda, pero él no, porque las mujeres estamos para satisfacer la pulsión sexual del hombre.

Mientras a las mujeres se las valore por su belleza y no por sus acciones y sigamos dudando de la víctima por sistema, seguirán habiendo depredadores como los de La manada o como el presunto asesino de Diana. O como los futbolistas de Aranda. Si el presunto asesino de Diana no hubiera cometido un error, ¿cuántas otras víctimas habría habido? ¿Cuántas mujeres violadas no pueden contarlo porque nadie las cree, porque su agresor es buen chico, buen padre, buen hijo o buen futbolista? No es un problema de un depredador aislado. Es un problema social. Y se llama patriarcado.

*Escritora