Redactando la biografía de Joaquín Sabina me topé con una declaración suya, que venía a decir: "Prefiero cenar con un criminal que con un banquero". El tiempo ha logrado que aquello que me pareció una descomunal boutade, vaya adquiriendo cierta sensatez en estos aciagos días.

Creo que se ha logrado un milagro: que los banqueros conciten peor prestigio que los políticos. Si incluimos en esa nómina a los gestores de cajas de ahorros, la fama de peligro público se convierte en una llamarada popular. Ahora acabamos de contemplar otra vuelta de rosca: se van a destinar 15.000 millones a Bankia. Con todo su rostro, el ministro Guindos nos contó en televisión que van a destinar a esa caja lo que haga falta, cuando no se les reconoce el mismo entusiasmo para garantizar las necesidades sanitarias y educativas de toda la población.

Tuve la fortuna de ser invitado a estar unas horas con los presos (ellos prefieren decir internos) de la cárcel (prefieren decir centro penitenciario) de Daroca. Hablando serenamente, uno de ellos me confesó en voz alta: "Estamos muy preocupados porque con esta crisis esto se puede llenar de chorizos". En ese momento me acordé de la reflexión de Mercedes Gallizo, exdirectora general de prisiones, cuando dijo que las cárceles estaban llenas de perdedores. Y cada día que pasa tengo la certeza de que el exabrupto de Sabina no fue una locura. Las élites nunca acaban en las cárceles, pese a que sus delitos afectan a miles de personas. Las élites no están sujetas a las mismas leyes. Por eso repito la pregunta: ¿con quién cenaría usted?