No es Ken Loach, ni un émulo de los directores del neorrealismo italiano, pero Jim Jarmush va filmando poco a poco una obra experimental que tiene cierto contenido social, y que es, en cualquier caso, característica y propia.

En sus películas, Jarmush nos habla de problemas cotidianos y de gente corriente, de personas reales que albergan sentimientos comunes y que cotidianamente se ven obligados a superar dificultades nada extraordinarias, pero que a ellos les suponen un reto, el permanente desafío de probar sus limitadas fuerzas contra una sociedad que les ignora, margina, o que simplemente no cuenta con ellos, al no pertenecer a la casta del poder.

Así, en Paterson, su última película, Jarmush aborda la historia cotidiana de un conductor de autobús, un tipo en apariencia completamente normal, a quien, a lo largo de los noventa minutos de metraje, llegaremos a conocer con cierto detalle, a valorar y apreciar en sus virtudes más insólitas, como su acercamiento a la poesía. El conductor escribe en sus ratos libres, en un banco, en un café, y gracias a esos versos libres, en sus rimas y en todos los sentidos, va conjurando la desarmonía que le rodea a lo largo de su jornada laboral, la crueldad e indiferencia de los ciudadanos cuyos comportamientos no puede corregir, la fealdad del mundo.

Es la literatura, la poesía, para él, como para otros muchos lectores y escritores, un bastón para caminar por el lado amable de la existencia, y casi un báculo sagrado cuando el protagonista consigue aislarse por completo en la sonora claustrofobia de sus misteriosas estrofas, a menudo cíclicas, con una cadencia rítmica y circular en busca de alguna clase de perfección susceptible de sanar el espíritu a modo de una nueva religión urbana.

El conductor, arquetipo de esa clase trabajadora que busca en el arte, en la cultura, un paliativo a la dureza de su trabajo manual, trata de trasladar a su hogar los principios de su arte poético, invitando a su mujer a compartir sus sueños y aficiones, sus trabajos con la poesía, a dar importancia a lo que en principio no la tiene para, desde esa sensibilidad compartida, construir algo parecido a la felicidad.

Una película lenta, cadenciosa, con un extraño argumento en bucle, pero que nos invita a pensar sobre algo que subyace en nuestro ser, y que tal vez tenga que ver con la trascendencia.