Muy recientemente leí algo que Confucio escribió para mí, y quizás también para algunos de ustedes. Confucio me decía: «todo el mundo tiene dos vidas, la segunda empieza cuando nos damos cuenta de que solo tenemos una». Por razones que no vienen al caso yo hacía unos días que había caído en la cuenta, de verdad, de que solo tenemos una vida. Por eso esa segunda vida que anunciaba Confucio me pareció una magnifica metáfora para vivir el porvenir.

Rumiaba días después el mensaje de Confucio mientras limpiaba una acequia, para que el agua llegara a los frutales, cuando levante la vista y vi la gran higuera familiar. Estaban los higos preparándose para la segunda “florada”, como llama mi familia a la segunda cosecha que nos regalan las higueras en septiembre. La primera, para mí al menos, es más insípida. La segunda es la mejor. Más dulce, más sabrosa, más abundante y plena.

Para las higueras: mas tarde es mejor. Pareciera como si la primera florada fuera un ensayo y en la segunda se corrigen los «fallos».

Las neuronas inquietas por la frase de Confucio se pusieron a dialogar con las neuronas que habían recordado que la segunda cosecha de las higueras es la mejor. Y ambas, mancomunadamente, produjeron una convicción interna: debía dar mis mejores frutos en mi segunda «florada», en mi segunda vida. Debía desafiar la fuerza de la inercia y, aprendiendo de lo vivido, aplicar las enseñanzas que he ido cosechando en el complejo oficio de vivir.

No creo que este objetivo sea fácil por dos poderosas razones. Por un lado, la fuerza de la inercia es enorme. Y es muy común que «en la tarde de la vida», como poéticamente decía San Juan de la Cruz, tendamos a repetirnos. Hemos aprendido cosas, muchas, pero no las ponemos en práctica. Están ahí, oxidándose. Además está el entorno. Los otros nos tienen ya calificados y esperan que seamos… como hemos sido. Por no defraudar a los demás hacemos cosas que no nos interesan tanto.

Todavía más, en amplios sectores sociales, que saben poco de higueras y de Confucio, se ha extendido la idea de que, a partir de cierta edad, ya no cabe esperar innovación de la gente que peina canas. Ya dieron sus frutos. Son pasado. La crisis económica ha hecho aumentar enormemente los casos de despilfarro de neuronas «maduras».

ES VERDAD QUE NO es fácil, pero entre la inercia propia y las manidas expectativas ajenas podría abrirse un camino delgado por el que transitar. Un sendero en el que, practicando lo aprendido en los primeros años, mejoremos.

Para mí mejorar quiere decir dos cosas: que seamos mejores personas, más felices, más pacíficas, más libres, más amantes, más creativas, mas atendiendo a las pasiones propias y únicas… y que mejoremos el mundo, el entorno nuestro, que procuremos dejarlo mejor de lo que lo encontramos. Que se note nuestro paso, en suma. Lo digo dividido, pero podría integrarlo. Sé el cambio que predicas, decía más o menos Ghandi, lanzándonos un reto a cada persona.

Claro que como esta segunda vida es de duración incierta se trataría de «plantar acciones» de crecimiento rápido y ,si hemos tendido a «procastinar» en la primera vida, deberíamos actuar con diligencia en la segunda.

No me siento a disgusto con lo vivido, pero pienso muchos días que es mejorable y esa mejora constituye sin duda un desafío vital que interpela el conjunto de la vida. De entrada tiene también un efecto benéfico: nos desafía y nos aparta de la nostalgia.

Aunque, seguramente, es del poso de lo soñado y no vivido, de los sueños incompletos, del granero de intenciones oxidadas, de donde sacaremos mucha de la inspiración para afrontar el segundo tiempo del partido. Un tiempo en el que lo lógico es ser menos dubitativos, más resolutivos y más vividores del presente.

Yo confesé al principio que hacía poco que había caído en la cuenta, de verdad, en que solo se tiene una vida. Unos caemos más tarde, otros son más tempraneros. Por tanto el comienzo de nuestra segunda vida, como señalaba Confucio, no lo señala el calendario, lo señala una «revelación», una convicción encarnada.

Sean tempraneros o tardanos, en algún momento les escribirá personalmente Confucio o les hablará una higuera y se abrirá ante ustedes la gran decisión: ¿cómo vivir la segunda vida? ¿cómo mejorarse profundamente? ¿Cómo dar los mejores frutos?

*Sociólogo