Oigo estos días lamentarse amargamente a los militantes de base de Podemos. Creen haber perdido una oportunidad única de tomar el cielo por asalto. Creen que han sido derrotados por los poderes fácticos y no entienden por qué más de un millón de personas les han negado el voto que les confiaron hace solo seis meses. Yo tengo mi opinión, pero eso ahora no importa. A mí lo que me gustaría es consolarles. ¿Cómo que no han conseguido nada? Desde el 15 de mayo de 2011, cuando no eran más que un puñado de individuos sin organizar que se manifestaban en tiendas de campaña, se han convertido en la tercera formación política en España. Han conseguido que el PP se sacuda las telarañas y se curre lo de hacer política, porque ya no lo tienen todo gratis. Han enseñado al establishment económico y social que tienen respaldo en las urnas y que pueden gobernar. Democráticamente, ojito. Han logrado que un partido que nació de izquierdas y que ya no sabíamos en qué lugar del espectro político estaba (el PSOE, por si alguien no se da por aludido) se haya visto obligado a recuperar una cierta pureza ideológica. Podemos y aliados han supuesto un terremoto, y nos han recordado a los ciudadanos lo mucho que podemos cambiar las cosas con la fuerza de nuestro voto. A partir de ahí, el pueblo ha hablado. Pero porque ellos, en cierta manera, le han vuelto a recordar la importancia de la política, del debate y de la opinión de cada uno. A mí no me parece como para estar deprimido, la verdad. Periodista