A veces la vida es muy capaz de sorprendernos con manifestaciones inesperadas de sensatez allí donde no las habíamos previsto o esperábamos. Esta semana pasada, sin ir más lejos, escuchaba una frase colmada de reposada lucidez a una persona cercana y querida que padece Alzheimer y ella, él, sabiéndolo comentaba su situación sin rencor o desafecto, sino con gran afabilidad y benevolencia.

El temor no se exhibe. Cada vez que rememoro sus palabras me impresionan y pienso que, tal vez, algún día yo u otro de los míos esté también en ese misma situación. La vida nos da lecciones a cada paso, basta con que tengamos la cabeza y el corazón abiertos para recibirlas y aprovecharlas. No es fácil ni siempre cuestión de tiempo pues, en ocasiones, he oído palabras cuya valentía reposaba en su moderación y provenían de gente muy joven. Por contra también he oído otras pronunciadas por personas de mucha más edad que han conseguido producirme escalofríos. Aunque sí, lo reconozco, el paso y el poso de los años ayudan en ese discreto acercamiento a la sabiduría. En todo caso, me consta, no siempre con las palabras es suficiente, es más, tengo para mí que, en algún ámbito, léase, por favor, el político, se está abusando de ellas y, a fuerza de desgastarlas, los políticos más parecidos a palabreros al por mayor que a los encargados de cuidar y dirigir la cosa pública y común están consiguiendo convertirlas en un cascarón vacío.

Se me ocurre que, de algún modo, a las palabras también se puede aplicar la vieja fórmula de la oferta y la demanda. Cuando hay mucha cantidad de un producto, su exceso hace que su valor se reduzca e incluso deprecie porque se valora más aquello de lo que hay menos ejemplares y, en consecuencia, es más difícil de obtener. No vean en ello una crítica a los grandes habladores o conversadores pues, estoy convencida de que, hay una interesante clase de charlatanes que hablan para esconderse detrás de su catarata de palabras escasamente importante vertidas para eludir decir lo que realmente les preocupa sienten o esconden. Por supuesto esta, como casi ninguna, no es una regla absoluta puesto que también hay personas que, directamente y sin aderezos, se cobijan bajo su silencio. Bueno, supongo que cada quien busca remedio a su modo, ya saben, "cada uno es artífice de su propia ventura". Eso decía Don Quijote y eso creo yo con más convicción cada día que pasa aunque ello suponga aumentar nuestra responsabilidad haciendo más difícil buscar culpables a quienes endosar los males propios. Pero eso, que resulta válido y aplicable a buena parte de nuestro devenir individual, no me parece que resuelva por sí mismo lo concerniente a lo colectivo. Entiendo que en ese ámbito resultan más clarificadoras otras palabras de nuestro ingenioso hidalgo cuando dice: "dad crédito a las obras y no a las palabras". A saber qué pensaría él si viese hoy el panorama de su país con unos dirigentes que no dirigen perdidos en la maraña de sus discursos derrochados. Me da la sensación de que casi todos ellos deben de tenerse en gran estima cuando, a pesar de todo, siguen creyendo en sus capacidades y posibilidades para gobernar España.

Universidad de Zaragoza