Los realities, los programas en los que se vive la ilusión de un escenario donde los protagonistas ofrecen «realmente» su vida ante el espectador, llegan por decirlo así a su mayoría de edad. La primera experiencia se emitió en una televisión sueca, de la mano de Charlie Parsons. La llamada Expedición Robinson se convirtió después en Supervivientes y fue un fenómeno mundial. Un poco más tarde, Gran Hermano, la idea de John de Mol, vino a confirmar la validez comercial de un formato que revolucionaba el mundo de la televisión. La característica más destacada de los realities, con todas sus variantes, es que se trata de un programa estrictamente televisivo, que no se entiende sin tener en cuenta el lenguaje peculiar de la pequeña pantalla y que no se refiere a ninguna tradición anterior, como pasa con el resto de la parrilla. Los realities no responden a ninguna herencia sino que se ofrecen como generación espontánea del medio. Más allá de su valoración ética, pueden observarse como un invento que satisface los deseos de una mayoría: vivir en directo, y de manera vicarial, las vicisitudes de unos personajes en su más pura (o guionizada) desnudez. El paso adelante de los realities a un canal de abono (El puente, en Movistar+) nos lleva a un nuevo universo. Tanto la popularización del pagar por ver como la demanda de estos programas, invitan a la reflexión.

Ha sido llegar el final de la Liga y las miradas de los aficionados al fútbol se han dirigido del campo a los juzgados. Sandro Rosell, Leo Messi y Cristiano Ronaldo son los tres protagonistas de distintos pleitos que revelan, una vez más, que el mundo del fútbol se mueve en opacidades no deseables. El abanico incluye desde la acusación de delitos de blanqueo de capitales y de organización criminal en el cobro de comisiones supuestamente ilegales por la venta de derechos televisivos -en el caso de Rosell, lo que ha provocado su ingreso en prisión-, a la búsqueda de todos los métodos posibles (legales o no) para saltarse la norma que debe cumplir cualquier ciudadano: tributar en función de sus ingresos. Ha pagado por ello la estrella argentina del FC Barcelona y la del Real Madrid está en el mismo camino después de la denuncia de la Agencia Tributaria. Aquello de que el fútbol tiene sus códigos propios, que tanto se aplica a lo que sucede en el campo, es también de arraigo extradeportivo, como ya demostró el Fifagate que destapó el FBI en el año 2015. Es la propia oficina federal estadounidense la que ha seguido con lupa todos los pasos de Rosell en sus negocios al margen del club azulgrana. La cruzada anticorrupción debe de ser inflexible afecte a quien afecte. Sea un dirigente internacional, las dos grandes estrellas de la última década o el presidente más votado de la historia del Barça. Algo que, sin duda, daña al club.