Veo a los inmigrantes subsaharianos nadando a la desesperada en la costa de Ceuta para intentar pisar suelo español, y no entiendo nada. No entiendo cómo catorce personas pueden morir ahogadas en una huida desesperada de la pobreza, del hambre, en el año 2014. Y me aterra todavía más cuando doy de bruces con esta cifra, con esta terrible cifra: más de 20.000 inmigrantes se han dejado la vida intentado alcanzar la tierra prometida, nuestra costa, desde 1988, año en el que aparecieron los dos primeros cadáveres frente al estrecho de Gibraltar. Ese dato enmudeció a los asistentes al último Congreso sobre Migraciones Internacionales celebrado en España. No me extraña. Y este drama no se arregla ni con espigones gigantescos ni con concertinas. Y al hablar de concertinas irremediablemente me viene a la cabeza la historia de Sambo Sadiako. Tenía 30 años, digo "tenía" porque murió sólo, desangrado en lo alto de la valla de Ceuta en 2009 tras seccionarse una arteria. Cruzó medio continente africano para dejar atrás su hambre y el de sus dos hijos, pero topó con las cuchillas. La autopsia demostró que Sambo se desangró, y dio así una bofetada a la primera versión oficial, aquélla que dijo que se golpeó contra el suelo al "perder el equilibrio" por las adversas condiciones climatológicas. Y pese a esto, y pese a las constantes imágenes de inmigrantes con cortes en brazos y piernas, el ministro sigue pensando que esas cuchillas producen heridas "superficiales". Y siguen defendiendo que "no son agresivas", sino "disuasorias". Y que el único objetivo es impedir el negocio de las mafias. Pero las muertes de estos 14 subsaharianos demuestran que la técnica de la "disuasión" no funciona. Por muy altos que sean los muros, por muchas balas de goma que se disparen, por muchas cuchillas que se pongan frente al mar, ellos van a seguir intentándolo porque el hambre está por encima de todo.

Algo hay que hacer desde España y desde Europa. Lo primero: dejar de mirar para otro lado. Lo segundo, según expertos y oenegés, fomentar respuestas económicas y sociales con sus países de origen. El verano está a la vuelta de la esquina y los asaltos masivos, como todos los años, llegarán. Y la experiencia nos ha demostrado que cada intento lleva implícita la palabra "tragedia". A ver si de una vez por todas se dan cuenta de que son personas, seres humanos. La desesperación, no sus manos. Eso es lo único insano que hay que cortar.

Periodista