Las instituciones del Estado: parlamento y gobierno, tribunales y ejércitos, escuelas nacionales y universidades, cárceles y el sistema penitenciario en general, así como la monarquía -ente otras- son públicas en sentido estricto. Mientras que la banca o la iglesia son privadas, pero no menos aparentes ni más transparentes que las del Estado. Todas las instituciones son de este mundo y este mundo establecido es el conjunto de instituciones que ocupa el espacio construido. La costumbre establecida es también una institución que domina en su propio ámbito, lo mismo que la ideología o el pensamiento establecido respectivamente en el suyo. El llamado pensamiento único es una institución no menos poderosa que el orden mundial establecido.

Cada institución entra en oposición dialéctica con el movimiento o la madre que la alumbró. La mejor intención y el mejor concepto entra en la historia cuando nace, cuando toma cuerpo y se establece como institución. Es como el agua que viene de la fuente y el cauce que la lleva. Preguntar qué es primero si el agua que se abre paso o el cauce que la recoge es como preguntar si es primero el huevo o la gallina. De todos modos no hay río sin agua ni cauce que la recoja, ni tradición que no se interprete constantemente en la historia, ni idea que no discurra y se realice en el tiempo. Así es la vida humana en cuerpo presente, y esa es la verdad. No hay más cera que la que arde, ni otra llama que no prenda en el cirio. Pero no es lo mismo el poder establecido, el cirio, que la luz que trasciende y a todos ilumina sin obligar a nadie. Y si el cauce es la institución, nada impide que una avenida lo desborde y modifique. Por otra parte, también es cierto que hay que mojarse y zambullirse en las instituciones para participar de la experiencia que por ellas y en ellas ha entrado en la historia. A no ser que el río baje seco. Pero eso ya no es un río.

Una institución vacía, sin el espíritu que la fundó, es como un río seco y un inmueble deshabitado: presa fácil de todos los demonios que la ocupan o de los buitres que engordan con la carroña. Entrar en ellas para matarlas es peor. Cuando se trata de instituciones públicas, que son del pueblo soberano y no de la Administración, eso es la madre del cordero: de la corrupción, y un golpe de Estado contra la "res publica". Y una estafa cuando se trata de instituciones privadas que venden humo, como los bancos, o las iglesias que predican y no dan trigo.

La crisis inmobiliaria de las instituciones ocupadas, sostenidas solo por el peso de la costumbre, por el engaño de los clientes, el poder de las ideologías, el pensamiento único, o el abuso de la clase política, tiene su réplica en la crisis financiera y esta a su vez en la crisis moral de una sociedad a la intemperie, sin la cobertura del Estado, reducida al estado secular --degradada-- y desencantada de lo divino y humano, desinflada de las utopías y desorientada bajo un cielo sin estrellas --sin valores seguros-- y privada de un sol de justicia que salga para todos.

El mundo mundial, un producto de Occidente, es una burbuja que ha pinchado y un conjunto de instituciones que hacen agua. El proyecto de construir el bienestar de los supervivientes, dejando en la cuneta a las víctimas del progreso --que por algo han fracasado, claro, para que vivan los más fuertes-- nos ha llevado a una crisis de la que no saldremos si no paramos ese tren y nos apeamos para coger otro que se acuerde de las víctimas. Pues tenemos una deuda con todas las víctimas, "y para eso hemos sido esperados sobre la tierra" (W. Benjamin). Acordarse de la justicia pendiente, acordarse de lo que nunca debió pasar, esa cordura, consiste en hacer lo posible para que Auschwitz no se repita. La racionalidad de "cada uno a lo suyo y tonto el último" , o "del muerto al hoyo y el vivo al bollo", es volver a las andadas. Una estupidez y una indecencia.

La Iglesia es una institución como la copa de un pino, una de las más antiguas y de las más grandes del mundo. Los papas pasan, la Iglesia sigue y lo que ya no se sabe es qué pasa con la fe cristiana, que no es la fe de la Iglesia --las instituciones no creen-- sino la fe de los cristianos. Si hemos de creer a Francisco, si creemos que el Papa cree, y nada hay de momento que demuestre lo contrario, esa fe que se apea puede llegar hasta los marginados y las víctimas que quedaron en la cuneta. La crisis de las instituciones fue el tema del III Foro de la AWD. El problema sigue por mucho que digamos. Pero si algo se mueve en este mundo, aunque solo sea la fe del Papa, es para celebrarlo. Y en Favara lo celebramos.

Filósofo