Ccristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, está bajo sospecha. Ignoro si esta señora es una corrupta, pero la UCO de la Guardia Civil asegura que «hay razones para investigarla por prevaricación y cohecho», aunque el juez y la fiscalía puntualizan que «por el momento, no». Quizás en este caso haya cierta dosis de «fuego amigo»; ya saben, cuando quien filtra acusaciones y documentos contra un cargo político no es la oposición, sino los conmilitones del perjudicado.

En todo caso, la señora Cifuentes proclamó el martes su inocencia y afirmó que nunca hizo nada ilegal, en una comparecencia de diez minutos en la que no aportó más pruebas que su palabra y no admitió preguntas de los periodistas.

Ante su contundente autodefensa, me sorprenden dos cosas.

Una. Dice Cifuentes que no se enteró de la ciénaga de corrupción que se extendía a su alrededor, y eso que fue secretaria en la Ejecutiva del PP, vicepresidenta de la Asamblea y delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid, y que presidió varios comités de selección donde se dirimían contratos que luego resultaron estar amañados; vamos como para dejar gobierno alguno en manos de semejante ignorante. Claro que esto de no enterarse de nada en el caso de Cifuentes no extraña, pues permitió que algunos policías cargaran en varias manifestaciones con suma violencia sin lucir su placa con el número preceptivo.

Dos. Dice Cifuentes que no posee ninguna propiedad, que vive de alquiler y que sólo tiene «novecientos euros» en su cuenta. Además de incompetente y de falta de capacidad para descubrir a las decenas de delincuentes que campaban a sus anchas y a su lado durante años, a los que repartía efusivos besos y abrazos en las campañas electorales, en lo referente a la administración de su patrimonio personal la señora Cifuentes o es una manirrota o dona todo su dinero a organizaciones humanitarias. Porque doña Cristina lleva ganando más de cien mil euros anuales desde hace tiempo, pues ha ocupado cargos políticos muy bien remunerados, además de percibir sustanciosas dietas como miembro de numerosos consejos de administración de diversas sociedades públicas. Pese a ingresar más de un millón de euros en los últimos diez años, no ha podido comprarse un pisito, ni siquiera hacerse con unos ahorrillos, la pobre. Además, está casada con un arquitecto, cuya empresa hizo suspensión de pagos y tuvo que indemnizar a sus trabajadores tras pinchar la burbuja inmobiliaria. A lo mejor es ahí donde han ido a parar sus ingresos. H *Escritor e historiador