Cada temporada que el Real Zaragoza juega en Segunda, al fútbol español se le hace un nudo en el estómago. No digamos ya a su afición, que comenzará por cuarto curso consecutivo una nueva travesía hacia el ascenso junto a su equipo. De nuevo, el regreso a Primera es el objetivo. De nuevo, nadie sabe a ciencia cierta la distancia real a la que se encuentra esa meta. Por pedigrí y masa social, debería subir antes de comenzar la primera jornada, pero aun conservando la colosal nobleza que le otorgan sus títulos y un pasado regio, la erosión económica de una década de administración canalla le ha convertido en uno más de tantos. La deuda acumulada, con diseño de lápida, cercena su capacidad para construir una plantilla de altura competitiva, y desde que aterrizó la Fundación 2032 para rebajar esa herencia maldita, el área deportiva ha sufrido los caprichos de esta guardia nacional de profunda inexperiencia sobre el terreno de juego. Entrenadores y jugadores de todos los pelajes han circulado por el club para disputar una promoción de ascenso (perdida frente al Las Palmas) y quedar a las puertas del playoff, la campaña pasada, tras vivir en Palamós el episodio más vergonzante en la biografía de la entidad.

El lunes comienza otra regata contra los elementos, en apariencia la más complicada porque la categoría, además, ha sumado al menos una docena de aspirantes a lo máximo, una congestión que en nada favorece a un Real Zaragoza reconstruido y parcheado gracias a la mano del mejor fichaje hasta la fecha de la Fundación, Narcìs Julià. El director deportivo, conocedor de la idisosincrasia de la casa y su gente, ha traído consigo un proyecto de futuro atractivo y profesional bajo las funciones que le corresponden, pero el rabioso presente todo lo atropella. Él mismo, como reconoció, estuvo a punto de tirar la toalla tras la deserción del vestuario contra el Llagostera.

La limpieza del vestuario se ha desarrollado por diferentes circunstancias. Se han negociado salidas para ajustar el presupuesto, con la dolorosa venta de Diego Rico como protagonista de esta política, y se ha prescindido de futbolistas bajo sospecha profesional. Pesos pesados que nunca o casi nunca lo fueron por rendimiento o lesiones como Pedro, Diamanka, Culio, Jaime, Abraham, Hinestroza o Manu Herrera hicieron las maletas, con Wilk invitado a que la prepare lo antes posible.

La estrategia del lavado de cara tiene como base dos pilares: la llamada al sentimiento zaragocista y aragonés con el regreso de Zapater y Cani y la contratación como entrenador del turolense Luis Milla, y la confección de una plantilla al menor precio posible que ofrezca garantías de, como mínimo, dar la talla. Un portero, Irureta; cuatro defensas, Marcelo Silva, Casado Fran Rodríguez y Popa; cuatro centrocampistas, Zapater, Cani, Barrera y Javi Ros (renovado) y tres extremos Xumetra, Edu García y Manu Lanzarote (renovado) son las novedades de un conjunto todavía non nato.

La pretemporada ha enviado sus mensajes y ha dejado caer una antigua bomba sobre la arquitectura del equipo. Ángel se queda como único delantero tras la lesión de Dongou y refuerza a la obligación de incorporar a un punta que resuelva problemas, sobre todo el del gol. Juliá y Milla están en ello, aunque será muy difícil que el nombre del elegido despierte pasiones. Existe una leyenda urbana en este sentido, como si con el supuesto artillero todo estuviera resuelto. No es así. El Real Zaragoza acumula otras deficiencias notables por pulir en el mercado aún abierto o, en su defecto, con la humilde admisión por parte del club y de la hinchada de anteponer el sacrificio y el compromiso por encima de libros de estilo de finas intenciones.

¿No se ha acelerado en exceso con Zapater a medio gas físico como generador principal del juego por delante de un Erik Morán desplazado y perdido en uno de los vértices del trivote? Cani ha empezado a ser feliz de una vez actuando por dentro, flotando a su antojo, ofreciendo pinceladas de otra galaxia con el balón en los pies, pero le faltan kilómetros y que sus compañeros descifren los códigos en sus pases, en sus movimientos. Los motores emocionales y deportivos --mucho más Zapater con una responsabilidad inicial que podría perjudicarle-- van a necesitar un tiempo prudencial y físico para ejercer de líderes absolutos en el campo.

La medular, caído Morán a un rol secundario, construye tan sólo con los destellos de Cani, quien ejerce de lanzadera de Xumetra, Lanzarote y Ángel. Milla lo sabe e insiste con acierto en que le gustaría tener en esa parcela a alguien más que imprima al balón una salida vertical, no tan previsible y plúmbea. Javi Ros es otro espartano a quien Pombo le pisa los talones y puede que un día la titularidad, pero el técnico, quien interpreta mejor nadie esa necesidad por condición de cerebro de Barça, Real Madrid, Valencia y selección, no disimula su preocupación en que los partidos los gobierne más de la cuenta el enemigo.

Los problemas han crecido en defensa. La marcha de Rico no ha hecho ningún bien. Más madera para hallar un sustituto por detrás de Casado, a ser posible con versatilidad suficiente para ser solvente de central, un puesto en el que Popa está dejando frío al seguidor y donde Marcelo Silva es una incógnita del que se espera competencia. Dando por hecho que al club no le dé por vender a Leandro Cabrera, lo que supondría una maniobra tan torpe como letal. El Real Zaragoza, tierno y sin definirse por completo, tendrá que hacerse sobre la marcha e imprimir a cada paso el conocimiento que adquiera del anterior. El ascenso vuelve a aparecer en sus planes y en el corazón del fútbol español. A la pasión imprescindible deberá de añadir inteligencia y paciencia. Y el máximo apoyo de una afición con una necesidad vital de desatarse el nudo del estómago para disfrutar de los manjares a los que estaba acostumbrada antes de tragar con todo. Es ésta una misión singular por común.