Me preocupa mucho la resolución del alcalde Belloch en nuestro ayuntamiento zaragozano: tan preocupado por dar una imagen populista, con su manifiesta devoción al Pilar, su orgulloso desfile con banda y gesto en actos de dudosa participación, y ahora su voto con el PP y al margen de su partido (que calló y se abstuvo, vergonzante) para que siga en la sala de sesiones ese viejo símbolo de paz y amor, hoy de enfrentamientos.

Me cuesta mucho vincular la cruz, con o sin ajusticiado, con el mensaje evangélico. Y menos su imposición a cuantos no compartan esa religión, esa exteriorización triunfante de un grupo grande, pero no plenario, de imponer a todos su "verdad". No voy a entrar ahora en la legalidad, en este país donde tantas leyes y normas son saltadas a la torera impunemente por quienes a veces las votaron, o están obligados a cumplirlas. Es una cuestión falsa: si estamos en un Estado laico, nada había que votar (ni se vota el cumplimiento de las normas, ni se votan las creencias), porque el crucifijo no debería estar en las paredes desde hace años. Ausente con normalidad, sin violencia. Sin erradas frases azañistas. Y se trataría de si se le devolvía allí, incluso contra la ley.

Sigo sin comprender que esa figura de Jesús, que me resulta atractiva, intelectualmente cautivadora, haya existido o no como nos la cuentan los tardíos textos, se crea o no que era "hijo de Dios" (y lo que eso quiere decir),siga siendo invocada por una Iglesia --sobre todo sus jerarcas-- que no me casa bien con su mensaje. Que asusta con sus oscuros teologismos; sus obsesos ritos tan lejanos del mundo actual; su comportamiento tan a veces hipócrita y de negación de sus pecados, errores, encubrimientos; su ideología ultraconservadora y agresiva.

Me culpo, creo que debemos culparnos muchos, cientos, la mayoría de cuantos tenemos algo que escribir, decir, hacer, de comodidad porque abordar este tema es tremendamente incómodo, al menos para mí. Conservo aún de mi estricta y profunda formación religiosa juvenil un respeto a muchas cosas y a muchas personas, a las que en absoluto querría molestar. Pero también me queda, desde hace más de 40 años, una honda frustración por haber participado entregada, activamente, en algo en que creí --dogmas y comportamientos-- y de lo que me siento claramente alejado, violentamente arrojado.

Por eso, al fin, tras unos días de silencio, decido dar claramente mi opinión. Ya sé que "con la que está cayendo", en medio de una crisis económica, social, política, muy grave, puede parecer una frivolidad tocar otros temas. Pero debemos insistir en la urgencia de defender una sociedad civil robusta, una justicia digna, una convivencia respetuosa, un marco de libertades y solidaridad. Porque, precisamente por lo mal que están las cosas de la economía, debería haber una mínima posibilidad de hablar de todo sin miedo, sin rencor, sin odio. Crear, a todos los niveles, un marco de relaciones respetuosas y, por ello, explícitas.

DEBERÍAMOS participar en ese hoy casi imposible diálogo, unos y otros, creyentes o no, ordenados o "desordenados". Porque hay muchas cosas en las que podríamos coincidir (estoy entre los horrorizados por la brecha creciente entre la izquierda y la derecha, cuando no todo es antagónico, no debería serlo).

¿De qué crucifijo hablamos, pues? No del que tantos respetamos, porque evoca una figura muy reverenciada por el imaginario cristiano: equivocadamente, me temo, aunque veinte siglos de arte y escuela ha hecho del icono algo autónomo, distante de esa Pasión rememorada estos días a golpes de tambor, curiosas y dichosas costumbres. Por eso, como ordenan en tantos países leyes prudentes, ese debe ser un asunto privado, interiorizado, y no parece de recibo imponer a todos lo que sólo para algunos es objeto de adoración trascendente.

Mi respeto, pues, al símbolo principal de tantos cristianos; mi rechazo a que sus dirigentes, eclesiásticos o, como en esta ocasión, civiles, impongan sus creencias en lugares públicos. Y lo de menos, me temo, es el crucifijo, apenas un símbolo de cuanto hay en lid: ingentes sumas de dinero, asignaturas, privilegios.

Catedrático de Historia Económica.

Universidad de Zaragoza