El camarote de la izquierda, desde que Pedro Sánchez ha abierto la puerta, parece el de los hermanos Marx. Al dar el barco, y el timonel, semejantes bandazos, sus sucesivos ocupantes se amontonan sin orden y hay poco oxígeno, constantes volteretas y bronca por hacerse con las literas. Dado lo angosto del espacio, en cuanto alguien rompe una norma de convivencia o de higiene los restantes viajeros lo sacan por la escotilla. Caso, por ejemplo, de los ministros que van abandonando el barco en bote salvavidas, Màxim Huerta y Carmen Montón. El capitán Sánchez hubiera preferido, más que este tormentoso viaje, con la sentina plagada de polizones, la plácida navegación de aquel capitán Stubing en Vacaciones en el mar que se dedicaba a tomar margaritas y a casar a los pasajeros. No es, por el momento posible. Malos vientos y la amenaza de ciclones condicionan una travesía más próxima a la pesadilla que al crucero del placer.

El capitán se apoya cada vez más en el contramaestre, Pablo Iglesias. Se les ve a menudo juntos en el puente de mando oteando el horizonte, a ver si escampa. Piensan los oficiales que Iglesias tiene poder sobre el capitán como para cambiar la ruta.

El segundo a bordo de La Azarosa, Alberto Garzón, apenas sube al puente. Se le ve en cubierta, aparejando el velamen, organizando a la marinería y encargándose de tapar las vías de agua. El resto de oficiales se encarga de suavizar las maniobras de atraque en los puertos de Barcelona y Bilbao, donde ha subido el precio del amarre y las mercancías de La Azarosa están gravadas por el impuesto foral. Estudian ahora cómo remontar el Guadalquivir y el Ebro de cara a las regatas municipales, para conservar Zaragoza y ganar Sevilla.

El capitán no ha desvelado aún el puerto de destino. Hay provisiones para varios meses, pero algunos tripulantes comienzan a dar síntomas de fatiga y a los camarotes no dejan de entrar polizones. Iglesias cree que descubrirán nuevas políticas y por eso anima a Sánchez a alejarse de la realidad conocida en busca de la utopía. A cruzar el Atlántico, como Colón, para atracar tal vez en su Eldorado: Venezuela.

¿Llegarán a alguna parte?