En una película de Comencini de los años setenta, Buenas noches, señoras y señores, un periodista de televisión, representado por Marcelo Mastroianni, pregunta a un político corrupto: «¿Va usted a dimitir?», «No; sin mi cargo no podría comprar a los jueces», «¿Y los votantes?», «Dimitir sería traicionarlos; me han votado para mentir, prevaricar, malversar fondos y no voy a desilusionarlos».

La realidad supera a veces a la ficción. El diálogo anterior es extrapolable a lo ocurrido últimamente en gran parte de la geografía española. Me fijaré en la Gürtell de la Comunidad Valenciana. Tuve la suerte de trabajar en esta comunidad, como profesor de instituto, durante los cursos 1985-1992. Mis recuerdos son muy gratos de aquella preciosa y dinámica tierra. El trato recibido exquisito. Y además aprendí el catalán. El plurilinguismo siempre es bueno y enriquecedor, sin embargo aquí es visto como no deseado cuando se trata del nuestro, o sea, del conocimiento en toda España de nuestras lenguas, que son nuestro patrimonio común. Siempre me ha interesado lo que allí ha ocurrido. Durante más de 20 años, desde mitad de los 90 hasta mitad de la segunda década del siglo XXI, estuvieron al frente de sus dos instituciones más importantes, Rita Barberá en el Ayuntamiento de Valencia de 1991 a 2015; y en la Presidencia de la Generalitat, Eduardo Zaplana de 1995 a 2002 y Francisco Camps del 2003 al 2011. Carlos Fabra en la Diputación Provincial de Castellón del 1995 al 2011. Esta comunidad de ser de izquierda en los años 80 con Joan Lerma en la Generalitat y Clementina Rodenas en el Ayuntamiento de Valencia, pasó a mitad de los 90 a ser de derechas. Con triunfos electorales del PP espectaculares. En las elecciones autonómicas de 27-M de 2007 los populares alcanzaron el 53,32%, y los socialistas solo el 35%. Sería prolijo indagar los motivos. Uno de ellos: las guerras fratricidas entre los sectores socialistas. Podemos empezar a entender lo que ocurría, si tenemos en cuenta, como dijo Francisco Camps en la noche electoral: «Ha ganado una manera de entender la vida, la valencianía». Y no pudo ser más exacto. El PP aprovechó su dominio político, social, económico y mediático para promover una nueva escala de valores para mantenerse en el poder. Y a los valencianos no les importó: un accidente de metro con 42 muertos por una deficiente señalización, un alcalde o un presidente de diputación imputados por diversos delitos de corrupción, la retahíla de escándalos de corrupción municipal. El caso más llamativo el de Carlos Fabra, que conservó la presidencia de la Diputación de Castellón pese a estar incurso en múltiples sumarios. Nada de eso importó. Los nuevos valores: hacer dinero rápido y hacer ostentación pública de esa riqueza. Los que se oponían eran enemigos del progreso, los aguafiestas de turno. Francisco Camps, Rita Barberá y el PP sintonizaban a perfección con ese sentir general. ¿Cómo iban a castigar los electores a un alcalde corrupto si todo el mundo se beneficia del fraude en el paraíso del dinero negro? Al contrario, el corrupto es la garantía de que la fiesta iba a continuar. ¿Una sociedad enferma? En una democracia el verdadero peligro comienza cuando no es la clase política la que se corrompe sino también sus votantes. En España y en la Comunidad Valenciana estuvo ocurriendo: lo que penaban las leyes y castigaban los tribunales, las urnas lo absolvían. Ya lo cantó Joan Báez: «Si no luchas por acabar con la corrupción y la podredumbre, terminarás formando parte de ella».

Podemos hacernos una idea aproximada de la magnitud de la corrupción en la Comunidad Valenciana en la intervención del pasado 28 de noviembre en la Comisión de Investigación relativa a la «presunta» financiación ilegal del Partido Popular del periodista Jordi Castillo Prats, que ha trabajado a conciencia el tema, ya que ha publicado 2 libros: Tierra de saqueo: la trama valenciana de Gürtell, y Yonquis del dinero: las diez grandes historias de la corrupción valenciana. Les recomiendo la lectura de ambos y de su intervención parlamentaria. Y podrán comprobar la magnitud de este auténtico expolio, desde el punto de vista económico alcanza un nivel de 15.000 millones de euros. Pero este daño económico no es el más grave; el más grave es el daño a la ética pública. Por ello, muchos españoles manifiestan una gran desconfianza a la política, cuando esta es la actividad más importante del espíritu. El político de verdad es aquel que siente emoción política. Con ella el ánimo del político se enardece como el ánimo de un artista al contemplar una concepción bella, y dice: vamos a dirigirnos a esta obra, a mejorar esto, a elevar a este pueblo, y si es posible a engrandecerlo.

Desgraciadamente este tipo de políticos han sido rara avis en nuestra historia. En un texto escrito por Willy Brandt con motivo de su estancia en España en 1937 durante la Guerra Civil nos dice: «Bismarck afirmó: «Entre todas las naciones, a la que más admiro es la española. ¡Cuán vigoroso ha de ser este pueblo! Todos sus gobiernos, sin excepción, se han esforzado por arruinarlo y aún no lo han conseguido».

*Profesor de instituto