Hace 250 años 6.000 alemanes emigraron a España con el propósito de encontrar un futuro más prometedor que el que tenían en su país de origen. Esa emigración ocurrió en el año 1767 durante el reinado de Carlos III, un rey al que en la escuela primaria y secundaria de mi época solo se dedicaba una lección (incluso, algunos profesores se la saltaban) para inculcar en los alumnos el odio hacia ese rey afrancesado que osó expulsar de España a los jesuitas.

A lo largo del año pasado y de este se están llevando a cabo exposiciones, conferencias y congresos sobre dicho rey en conmemoración del tercer centenario de su nacimiento. Sin embargo, no se está dedicando atención a una de sus actuaciones políticas más importantes: el experimento sociológico que mandó poner en marcha en Sierra Morena, comenzando en el espacio geográfico donde se desarrolló la famosa batalla de las Navas de Tolosa en 1212 y continuando por el curso del Guadalquivir, a lo largo de la carretera nacional que va de Madrid a Andalucía.

Para poner en marcha ese colosal proyecto fue aprobada una Real Cédula, fechada el día 5 de julio de 1767, la cual tenía por objeto repoblar Sierra Morena con un doble objetivo. Por una parte, para evitar los continuos saqueos que las diligencias reales sufrían mientras atravesaban el desfiladero de Despeñaperros. Y, sobre todo, para poner en práctica un experimento, basado en la ideología del despotismo ilustrado (todo para el pueblo, pero sin el pueblo) y diseñado previamente en una utopía, titulada Sinapia, cuya autoría se atribuye a Campomanes, uno de los ministros más poderosos de Carlos III, aunque el artífice real de esa repoblación humana fue Pablo de Olavide, después de haber sido nombrado Superintendente de las Nuevas Poblaciones de Andalucía.

A pesar de que al final del siglo XVIII había en España un elevado número de familias que vivían en la más absoluta pobreza y que, por lo tanto, hubieran aceptado establecerse en Sierra Morena, el rey Carlos III y sus ministros optaron por traer esos colonos de Alemania, apoyándose en el ofrecimiento que les hizo Thürriegel, un corrupto militar alemán que se hizo rico a costa de ese proyecto, incumpliendo las obligaciones que le imponía la cédula real. El encargo que le hicieron a dicho militar consistía en traer a Sierra Morena 4.000 alemanes de ambos sexos, todos católicos, casados y con hijos, artesanos y labradores, de los cuales mil debían tener una edad comprendida entre 40 y 65 años y 3.000 entre 16 y 40, acompañados de mil hijos de ambos sexos entre 7 y 16 años y de otros mil hasta 7 años. Cada adulto recibiría 326 reales de vellón en el momento de ser contratado y cada familia, un lote de tierras, ganado y utensilios suficientes para vivir decorosamente. Además, durante diez años estarían exentos del pago de cualquier tributo a la hacienda local y estatal. A cambio de esos beneficios tenían la obligación de hacer rentables las haciendas familiares, vender toda la producción a la Administración del Estado, llevarse bien con la vecindad, respetar todos y cada uno de los ritos católicos, enviar a sus hijos a la escuela de primeras letras creada expresamente en cada nuevo núcleo de población, no cambiar de domicilio sin permiso expreso del superintendente Olavide, procrear más vástagos y velar para que los hijos se convirtieran en buenos agricultores para poder continuar la labor repobladora. Las mujeres, además de criar cristianamente a sus hijos y de realizar todas las labores de la casa, tenían la obligación de ayudar a sus maridos en las labores agrícolas, o de trabajar en la incipiente industria textil surgida en cada núcleo de población. También se les prohibía casarse con nativos españoles en caso de viudedad, aunque nunca fue respetado.

Como cabía esperar, el experimento sociológico fue de mal en peor y ello provocó que en el año 1835 se aprobara otra cédula real finiquitando esa bella utopía. Los expertos citan muchos factores para explicar ese fracaso, pero todos coinciden en que los más importantes fueron estos: las enfermedades infecciosas que diezmaron la población (sobre todo de niños), los enfrentamientos con las poblaciones vecinas de españoles, que los incentivos prometidos llegaban con cuentagotas y que el corrupto militar alemán se quedó con una buena parte del dinero prometido. A ese descontento contribuyeron de forma muy relevante los curas alemanes que acompañaron a los emigrantes, ya que se enfrentaron con el clero regular español al que apoyaba Olavide y, como consecuencia de dicho enfrentamiento, se dedicaron a desprestigiar al superintendente tanto ante la corte española como ante la prusiana, hasta lograr que fuera condenado a muerte por el tribunal de la Inquisición (consiguió escapar a Francia).

Pero un ejemplo de la bondad del proyecto es que la mayoría de los colonos alemanes se quedaron en España, ocupando algunos cargos importantes, y que sus descendientes formaron matrimonios mixtos, lo cual dio lugar a que la capital de esas nuevas poblaciones (el municipio de La Carolina en la provincia de Jaén) se convirtiera en la ciudad más próspera y mejor urbanizada de Andalucía, donde todavía abundan los apellidos alemanes entre sus pobladores.

*Catedrático jubilado. Univ. de Zaragoza