El 23 de abril, día de San Jorge, va calentando motores. El lunes, en el Pignatelli, en el solemne acto de homenaje a los 40 años transcurridos desde el nacimiento de la Diputación General de Aragón, su actual presidente, Javier Lambán, pronunció a propósito de la autonomía un discurso con contenido y razones de peso. Probablemente sea éste el formato en el que mejor se desenvuelve el líder socialista: cuando el tema de fondo, siendo político, hunde sus raíces en la historia; cuando los argumentos nacen no sólo de la reflexión, también del debate, incluso del conflicto.

Lambán dedicó el prólogo de su intervención a un recorrido histórico de nuestro autogobierno. Desde la identidad y expansión del viejo Reino de Aragón a su liquidación por los decretos de Nueva Planta firmados por Felipe V, cuyo modelo de monarquía jerarquizada chocaba con la resistencia de los territorios forales.

El siglo XVIII y el XIX no fueron, sin embargo, tan afrancesados como habría querido la nueva dinastía. Los austracistas --Lambán destacó al aragonés Juan Amor de Soria--, mantuvieron bajo el exilio o las luces de la Ilustración la esperanza de recuperar derechos perdidos. La Segunda República volvió a intentarlo. El autogobierno aragonés se habría recuperado en el 36 de no haber sido por el Alzamiento militar. La Transición, finalmente, lograría en 1978 devolver a Aragón sus figuras institucionales e históricas: La Diputación General, las Cortes y el Justicia de Aragón. Desde entonces, a pesar del grave error de Suárez al dividir en dos categorías a las nuevas Comunidades Autónomas, la progresión de la nuestra ha sido notable.

Frente a quienes culpan a las autonosuyas de los males patrios, la realidad apuntala la conveniencia de mantener un Estado de las Autonomías solo cuestionado por algunos partidos catalanes y vascos. Frente a su insolidario extremismo, Lambán opuso el ejemplo de un Aragón que, siendo fiel a la Constitución y a los demás territorios, ha sabido autogobernarse con eficacia y prudencia. El destino actual del viejo Reino de Aragón, fundador de nuestra moderna nación, convertido hoy en una autonomía equilibrada y solidaria, capaz de vertebrarse, prestigiarse, diseñar inversiones, proyectos y abrirse a nuevos mercados debería hacer pensar a algunos si no sería mejor seguir nuestros pasos que no andar para atrás.

De momento, sigamos caminando.