La Unión Europea ha decidido que Grecia sirva como aviso para navegantes. Que el pueblo griego optara hace unos meses por una formación política que cuestiona la austeridad y que reivindica una mayor participación de los ciudadanos en las decisiones que van a afectar de manera crucial a sus vidas, no ha sido, desde luego, del agrado de las altas instancias europeas ni de los poderes económicos. Por eso, todo el interés de la troika, colectivo que agrupa a tres instituciones vacías de contenido democrático, el FMI, dirigido, por tercera vez consecutiva, por una persona imputada por delitos económicos, el Banco Central Europeo, a cuya cabeza está un antiguo dirigente de una de las empresas responsables del inicio de la crisis, y la Unión Europea, representada por un testaferro de los intereses del paraíso fiscal que es Luxemburgo, radica en hacer morder el polvo a Grecia. Por inquina hacia un partido, se pretende castigar a toda una sociedad. Ese es el nivel moral de nuestros dirigentes. Hasta el Premio Nobel de economía P. Krugman ha declarado que votaría a favor de Syriza en el referéndum.

Ciertamente, Grecia está donde está por la mala gestión de sus gobiernos. Pero claro, de sus gobiernos anteriores, desempeñados por los representantes del bipartidismo griego. Gastos estratosféricos en defensa, nulo rigor fiscal, corrupción galopante, son las señas de identidad de la Grecia pre-Syriza. Ante esa situación, Syriza, con un mensaje social y realista, si por realismo entendemos intentar solucionar los problemas de la gente, aunque para ello haya que cambiar las reglas de un juego profundamente tramposo, posee una amplia legitimidad para defender los intereses de la mayoría social. Responder a los chantajes de la Unión Europea con una propuesta de referéndum es, simplemente, dar a la ciudadanía la palabra para decidir. Algo que en Bruselas, en Berlín, en Madrid, suena a afrenta.

Cuando hace unos años, el último de los gobiernos socialistas planteó también un referéndum, la respuesta europea fue, también, de desprecio. ¿En qué Europa vivimos, qué instituciones nos gobiernan, que manifiestan tal aversión a la participación ciudadana, a los más elementales procedimientos democráticos? En realidad, esa posición está en coherencia con toda una construcción europea que se ha olvidado por completo de los mecanismos políticos de participación democrática para solo centrarse en el diseño de unas estructuras económicas al servicio de los intereses de los poderosos. La actual crisis es una evidencia de ello, cuando el resultado de la misma es el aumento de la riqueza de los ricos y el empobrecimiento del resto.

La Unión Europea, aliada de los intereses económicos más bastardos, de las entidades financieras más corruptas, ha decidido hundir a Grecia. Pero no solo para hundir a Syriza y que los suyos, los de siempre, vuelvan al poder, sino para dar un mensaje al resto de los europeos: los experimentos políticos no funcionan. Me atrevería a decir que es un mensaje especialmente dirigido a España.

Y mientras los poderes fácticos hunden a Grecia, con un ojo puesto en nuestro país, aquí las fuerzas que deberían seguir el camino de Syriza siguen discutiendo si son galgos o podencos. Hace falta una enorme ceguera para no advertir que estamos ante una coyuntura excepcional y que nuestras decisiones no solo nos afectan a nosotros, sino que afectan al conjunto de Europa. No sería lo mismo, para Syriza, para la democracia, para Europa, contar en noviembre con un gobierno amigo en España que no contar con él. Y si tras Grecia viene España, en otros lugares se darán cuenta de que hay otra senda que transitar.

Tal como ahora están las cosas, parece poco probable que Syriza cuente con ese gobierno amigo en nuestro país. Parece que priman los intereses de partido, la política de cortos vuelos, la falta de audacia. Ojalá, mirando a Grecia, recordemos cuál es nuestra responsabilidad: pararles los pies a las élites mafiosas y desalmadas que nos dirigen. Por el bien de Grecia, por el bien de Europa.

Profesor de Filosofía.

Universidad de Zaragoza