La buena cosecha de fruta de hueso en el Bajo Cinca ha dado lugar a un excedente que suma 40.000 toneladas, según las organizaciones agrarias. El fenómeno tiene varias causas: las consecuencias de la guerra comercial con Rusia; la falta de control sobre unos canales de comercialización donde los intermediarios hacen su agosto; la constante ampliación de los cultivos regados por goteo; y en última instancia la inexistencia de industrias capaces de transformar y conservar una producción que a los 20 días de estar en las cámaras de las cooperativas ya no sirve para nada. Llegados a tal punto, solo queda una alternativa: que el sector público subvencione la retirada de la fruta sobrante. Sin embargo, el Ministerio de Agricultura, cuyos técnicos se reunieron ayer con los representantes de los agricultores, echa balones fuera y remite la solución a la Unión Europea. Pero en Bruselas no parecen estar muy receptivos.

Estamos ante un problema que no es coyuntural sino estructural. Hace tiempo, y más desde el bloqueo de las exportaciones a Rusia, que el Bajo Cinca produce más fruta de hueso de la que es posible vender. La extensión de los regadíos ha promovido movimientos especulativos y una especie de miniburbuja en un subsector donde ahora resulta imposible recuperar el coste de lo cosechado, e incluso la propia recogida se hace imposible al fallar la demanda. Para colmo, los precios en origen, los que reciben los agricultores, nada tienen que ver con los que deben pagar los consumidores cuando adquieren albaricoques, melocotones o nectarinas. El circuito comercial tiene su particular agujero negro, que es precisamente donde se queda el beneficio.

Hace falta una solución a medio y largo plazo. Y ello no se logrará peleando cada temporada por ayudas para retirar miles y miles de toneladas excedentes, sino regulando la producción, delimitando el volumen de la misma y entendiendo que ninguna actividad económica puede funcionar razonablemente si le falla la demanda. Regar por regar y cultivar por cultivar resulta poco lógico, cuando luego hay que destruir parte de lo cosechado. A partir de ahí es imprescindible llevar a cabo una reflexión honesta y sincera. El campo aragonés necesita menos alabanzas retóricas y más exigencia en relación con su eficacia y su capacidad para crear valor añadido. Es la diferencia que hay entre la ilusión y la realidad.