En la trayectoria literaria de Edith Wharton, Los niños (Alba) ha sido catalogada como una novela de madurez, siendo que toda la obra de esta extraordinaria autora norteamericana -la más europea de su tiempo, junto con Henry James, con quien guardó algunas similitudes-- estuvo en todo momento presidida y desarrollada, desde su misma precocidad, por/con una asombrosa madurez estilística y conceptual.

Por un equlibrado talento, en suma, que le permitía construir personajes emblemáticos, arquetípicos, tan extraordinarios como, por ejemplo, el Martin Boyne protagonista de Los niños.

Un personaje cálido e irresoluto, deprimido y carismático a la vez, pusilánime y audaz y que, para su desgracia, tenía la desagradable sensación de no encontrarse nunca en el lugar correcto en el que debería hallarse para encontrarse a sí mismo.

En el carácter de Martin Boyne, Wharton teje un manojo de sutilezas que al mismo tiempo atraen y repelen al lector y a esos niños a que alude el título y que viajan con Boyne en un barco de crucero por las costas europeas.

Como si de una adaptación de Visconti a La muerte en Venecia de Mann se tratara, Boyne pasea por la cubierta del buque progresando en la confianza y en la amistad de una serie de niños, procedentes de familias entrelazadas entre sí por segundos matrimonios, que viajan prácticamente solos y presumiendo de una adolescente autonomía que los hace al mismo tiempo, al menos para Boyne, atractivos y como extrañamente peligrosos. Tan capaces de seducir y repeler como su aparente jefa, esa inteligente y precocísima Judith Weather que va capitaneando por media Europa esa rara troupe de niños errantes, hermanos y hermanastras procedentes de distintos progenitores, unidos entre sí por lazos de sangre y por la desidia o el abandono de sus millonarios y famosos padres.

Judith y Boyne, separados por una generación, vivirán una serie de equívocas circunstancias que tendrán como eje temático el amor. Cariño tal vez soterrado de pasión, pero sin que ésta aflore salvo por sutiles movimientos, pensamientos, sentimientos, en una panoplia o paleta de tal precisión y variedad que parecería descrita, escrita con el puntillismo de un pintor impresionista. Hasta que la ola del tiempo arrase el encuentro entre el hombre maduro y solitario y la chispeante jovencita... Magistral Wharton.