«Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad» Bertolt F. Brecht.

Si usted ya no puede más y necesita algún tipo de anuncio para descansar de esta serie emitida desde el Gobierno, el vodevil que con pretensiones de comedia ligera empieza a ser muy pesada protagonizada por los profesionales de la política protagonizado por asiduos actores de escándalos políticos, le recomiendo que no siga leyendo este artículo. Ciertamente, a veces la verdad cansa y es en esos momentos de debilidad donde la posverdad se hace más interesante. Esa mentira de un mundo en el que realmente no pasa nada, aflora especialmente en verano, cuando uno puede refrescarse en el mar y disfrutar de cualquier cosa que caiga en el vaso mientras esté bien frío. Es entonces cuando la memoria, el centinela del cerebro parece querer derretirse mientras el Estado (con o sin mayúscula) se afana por congelar la política pública. Por tanto, si usted está cansado --¿y quién no lo está?-- abra sus brazos a la manipulación de la información, a la transformación de toda comunicación política en burda propaganda y reserve su butaca para el teatro político: el espectáculo, la manipulación y la fragmentación de la ciudadanía están garantizados.

La teoría la conocemos y no da pie a ningún tipo dudas: el poder con el que se obsequia a los políticos es otorgado con el fin de ser utilizado para mejorar la realidad social en todos sus aspectos. Dicho de otra forma, el poder político sirve, recordemos que estamos en el marco teórico, para identificar cual es el interés común de los ciudadanos para utilizar el poder en beneficio total de la sociedad. La práctica es bien distinta: la autoridad o las personas que tienen poder sobre otros debido a su posición social, conocimiento o riqueza, tienden a utilizar ese poder para su beneficio personal. La relación entre ética y política siempre es tensa y peligrosa, ya que esta última suele conllevar un fuerte relativismo moral ante la implantación de la injusticia. La justicia no es dar o repartir, sino más bien saber decidir a quién le pertenece algo por derecho. Es la voluntad de dar a cada uno lo que es suyo, es equidad y en esencia no es otra cosa más que ética.

La corrupción es el uso del poder público para conseguir una ventaja ilegítima de forma secreta. No deja de ser la negación de la ética y, por ende, se define en oposición a esta: mientras una se refiere a lo correcto o bueno, la segunda es lo que daña o destruye lo bueno. Pero si todos somos rehenes del capital, si este se exhibe como ciencia axiomática que no admite discrepancias y se viste de color aséptico, desvinculada de cualquier ideología, la corrupción parece irremediable y nadie se hace responsable de nada ante la ilusión de que, en el fondo, todos haríamos lo mismo si pudieras. Cuando el capital manda y nos creemos que solo queda obedecerle, es cuando realmente se dan crisis, pero no económicas, sino de valores, de pensamiento ético que se va extendiendo como una enfermedad deshumanizadora que nos destruye como personas y como sociedad y que ni siquiera atisbamos a reconocerla. Por el contrario, si la principal característica del ser humano es la libertad, la capacidad de tomar la iniciativa, si realmente pese a cualquier pesar podemos coger las riendas de la propia vida, personal y compartida, podemos y debemos emprender medidas que ayuden a cambiar el desmoralizador curso de las cosas.

Por tanto, ya lo sabe, si quiere un estado incorrupto recétele ética, ese relato de ideales que a veces parece que nadie quiere cumplir. El paciente las puede tomar en pastillas, si bien se recomienda no tomarlas todas a la vez, ya que, aunque últimamente va necesitada de muchas, las consecuencias podían ser catastróficas, no vaya a ser que empecemos a creernos que otro mundo es posible y nos dé por hacerlo. Si por el contrario prefiere librarse de este mal con comprimidos efervescentes, tómelos con mucha agua, pero no olvide limpiar antes el vaso, ya que si el recipiente no está limpio probablemente lo que derrame se corromperá.

Finalmente, si este tema ha dejado de importarle, olvide la ética y resígnese; no haga nada o mejor siga apoyando a los corruptos... ya sabe que si uno no pelea contra la corrupción es porque en esencia, ya forma parte de ella.

*Profesor