Dos personajes tan alejados entre sí como el gran físico recientemente fallecido Stephen Hawking y el empresario Elon Musk (creador de los coches eléctricos Tesla y de los cohetes Space X) coincidían en que la humanidad debe organizarse para proceder a instalarse en algún lugar del Universo para huir así de los efectos del cambio climático y, en general, del deterioro del planeta a causa de la suicida forma de desarrollo que los seres humanos seguimos practicando. Dejando al margen que ahora mismo la idea es más un ejercicio de ciencia ficción que real, sí es cierto que desde ámbitos privados y públicos de otros países el dominio de la exploración espacial que tenía la NASA en los últimos años está siendo contestado. El modelo de negocio más claro en estos momentos es el del turismo. Ya se comercializan vuelos suborbitales y la posibilidad de que en el futuro se puedan vender paquetes turísticos que incluyan un alunizaje no es ni mucho menos descabellada. Planteado así, la construcción de colonias permanentes en la Luna primero y después en Marte es un tema recurrente de debate en foros científicos. Soñar está bien, pero dados los enormes retos científicos y económicos que una empresa así requeriría, convendría dedicar también esfuerzos a impedir que la humanidad haga de la Tierra un planeta inhabitable.

Calificar a Vladímir Putin de zar cuando el zarismo desapareció hace cien años es, sin duda, una licencia periodística. Sin embargo, la impresionante puesta en escena de su juramento como presidente por cuarta vez en los salones del Kremlin indica que el zarismo en sus aspectos suntuarios no ha muerto. En realidad, estos son parte de la retórica nacionalista y milenarista que el presidente utiliza en su relación con los rusos. Nada nuevo pues en la teatralidad y en el discurso sobre el renacer que se atribuye Putin del ave fénix. Lo realmente nuevo en sus palabras es el mensaje de que la situación económica no es buena y que vendrán reformas destinadas a evitar el estancamiento, reformas que podrán ser muy impopulares en los sectores sociales más desvalidos. El pacto tácito entre el putinismo y el electorado, según el cual la ciudadanía cedía al presidente derechos y el control económico a cambio de una Rusia nuevamente grande, puede romperse. Putin les ha dicho que el país ya vuelve a serlo. Ciertamente, se ha convertido en el agente con el que hay que contar sí o sí en varias crisis, entre ellas, la guerra de Siria. Cumplida esta parte del pacto, habrá que ver cómo se aplican reformas que no serán indoloras. En cuanto a los derechos políticos, quienes los reivindican, como los manifestantes que salieron a la calle ante la jura, saben que les espera la represión.