¿Cuba se podría entender sin Fidel Castro? Difícil respuesta, que personalmente contestaría con un no rotundo, aunque a continuación vendrían todos los peros que ustedes quieran colocar.

Cuba carece de democracia, de partidos políticos, de convocatorias electorales, de libertad de expresión, de sueldos dignos, de riqueza entendida en términos neoliberales, del último modelo de iPhone, de coches de alta gama, de bares de diseño, de cadenas de supermercados, de transportes públicos modernos, de segundas viviendas, de franquicias de moda donde entretener el aburrimiento o la pulsión consumista, así hasta agotar la lista.

Sin embargo, Cuba tiene indicadores de esperanza de vida y de alfabetización de primer nivel mundial. Y basta mirar la región en el mapa, desde Guatemala a Panamá, por no olvidar a sus vecinos del Caribe como República Dominicana o Haití para entender que la revolución que él lideró tuvo sentido y que nadie debe pues camuflar lo evidente, como dice el periodista Rafael Vilasanjuan en este diario. Y eso a pesar del bloqueo de Estados Unidos, persistente todavía, que deja un país empobrecido. Otro testimonio que invita a la reflexión es el de la cantante cubana residente en Zaragoza, Ludmila Mercerón, que a preguntas de los periodista estos días comentaba: «tenemos que seguir edificando entre todos un país grande que el bloqueo hizo pequeño»; y añadía con salero isleño: «Soy mujer, negra y latinoamericana, no hubiera podido ser lo que soy si no hubiera nacido bajo el gobierno de Fidel. No hubiera pintado nada». Cierto es que Cuba ha estado y está dividida en dos mitades: los de dentro, los que aguantan y resisten, y los que se fueron a Miami, principalmente. Dos mitades irreconciliables en vida de Fidel, que ojalá ahora dejen de odiarse.

Cuba merece respeto, mucho respeto. Por eso no se puede despreciar a un pueblo que hizo una revolución ejemplar, terminó con un dictador cruel, ignorante y brutal como lo fue Batista, y dejó de ser el casino y el prostíbulo más grande del Caribe cuando llegó el comandante y mando parar. Todos los héroes tienen grandeza y muchas sombras en su trayectoria, pero el respeto al personaje fallecido que hizo historia nunca debería faltar, sobre todo en boca tan ignorante y peque- ña como la de Trump juzgando al hombre que ya forma parte de la historia contemporánea.

Recuerdo La Habana que conocí, no de turista, sino de invitada durante un mes en casa de cubanos y en vida de Castro. Durante ese tiempo todavía se padecía el «apagón» cuando se cortaba la luz y se encendían las velas para seguir conversando, cuando las restricciones eran reales y los cubanos empezaban a estar hartos, y las deportaciones existían porque el régimen actuaba sigilosamente; pero siempre noté el orgullo del pueblo cubano por los logros conseguidos junto a la resignación - «paciencia», lo llamaban entonces- por las carencias sufridas injustamente en la vida cotidiana. Lo criticaban, ¡claro que lo criticaban!, pero nunca renegando de su historia.