Voy a contarles un cuento. Imaginen que un pequeño grupo de personas sin trabajo ni perspectivas de futuro tiene un buen día la idea de emprender un negocio innovador. Los protagonistas de nuestra historia son emprendedores e innovadores y, con esos dos calificativos llevados a la categoría de sustantivos en el bolsillo, han dedicado su tiempo y su esfuerzo a observar la realidad que les rodea y han encontrado un nicho de mercado, una oportunidad de negocio. Son o parecen buenos chicos, obedecen al patrón que el gobierno de los últimos años ha promocionado hasta la obscenidad, elevando al emprendedor a los altares de la utilidad pública: emprendan, emprendan, emprendan; lo que sea, da igual, sean innovadores, eso sí, pero sobre todo emprendan y gástense lo poco que tengan o les puedan prestar en emprender algo original, innovador y con valor añadido.

Imaginen que ese grupo de personas lo que anhela fundamentalmentees alcanzar dos cosas: por una parte, un puesto de trabajo seguro y con un buen sueldo y por otra, capacidad de influencia para colocar a parientes, amigos y otros allegados. Lo demás les importa poco a los protagonistas de nuestro cuento; han oído hablar de valores, de responsabilidad, de democracia, de servicio público y de otras cosas, pero muy vagamente, de forma tangencial. De lo que de verdad entienden es de emprender, de innovar, de nichos de mercado y de oportunidades de negocio.

Imaginen que uno de los integrantes del grupo, el más espabilao, el que ve crecer la hierba, el que tiene visión de futuro, se levanta de la mesa alrededor de la que se han sentado para planear su emprendemiento, y lanza una proposición sorprendente y por supuesto innovadora. Es un poco histriónico y está tentado de decir aquello de "¡Eureka, lo encontré!", pero como no está seguro de si la frase la dijo Arquímedes o Aristóteles, dice simplemente: ¿Y si nos compramos un partido político?

Los demás se quedan callados, mirándole con una mezcla de admiración e incredulidad. Él, el gran innovador (vamos a llamarle así), satisfecho del efecto que ha causado su propuesta, les mira con suficiencia desde su privilegiada posición de líder en ciernes y añade: Que sí, que se puede, que lo tengo estudiao, que nos lo compramos y triunfamos, que lo tengo tópensao.

No vayan a creer que el gran innovador ha tenido una simple ocurrencia o que ha bebido más cañas de las habituales, no. El gran innovador, el que ve crecer la hierba, ha dedicado horas a navegar por internet y, sin pretenderlo, ha descubierto que con un poco de maña y no mucho dinero un pequeño grupo de emprendedores puede hacerse con el control de un partido político, sobre todo si el partido es incipiente, tiene poca historia a sus espaldas y pocos afiliados todavía.

El plan es sencillo, razona nuestro héroe: para afiliarse a ese tipo de partidos nuevos, basta con un nombre, una dirección de correo electrónico, un número de teléfono, un DNI y una cuenta corriente para pagar una modestísima cuota. Basta con buscar a unos cuantos colegas dispuestos a prestar sus datos. De la cuota, del email y del teléfono nos ocupamos nosotros. Y si no encontramos gente suficiente, nos inventamos a unos cuantos y santas pascuas. Con cien tíos más o menos controlamos todas las votaciones que haya que hacer, al menos al principio, y con esos votos nos colocamos en los órganos directivos y ganamos las primarias a las elecciones, que además este año hay un buen puñao.

Empieza a contarlo así, pero enseguida el segundo más espabilao del grupo, le dice: Eso ya lo había pensao yo, pero pa qué nos sirve un partido pequeño. No sacaremos en las elecciones y así nos gastaremos la pasta y no pillaremos cacho.

El gran innovador sonríe una vez más con suficiencia. Ahora es el momento, les dice a sus compañeros. Ahora o nunca. En los partidos de siempre no nos dejarían ni entrar, pero en estos que están empezando y que lo van a petar, porque la gente está hasta los huevos de los de siempre, ahí es donde está el nicho de mercao, la oportunidad de negocio. Os lo digo yo, con cuatro perras, en unos meses, concejales y diputaos, lo menos 8 ó 9 sacamos. Imaginen que nuestro pequeño grupo de emprendedores ha hecho los deberes, se ha colocado en el lugar exacto, en el momento oportuno y ha conseguido lo que en opinión de muchos parecía imposible: tener el absoluto control del partido en su regioncita de esta nuestra España.

Dejen de imaginar. Suele decirse que la realidad supera a la ficción. Nunca nos lo creemos del todo, porque la realidad tiende a aburrir y a cansar y la ficción siempre parece más divertida; pero es cierto, créanme, a veces la realidad supera a la ficción; y algunos sueños, como el del gran innovador, se cumplen. Nuestro hombre ya no es un ciudadano cualquiera, ya no es un parado más, ha dejado atrás incluso su pasado de emprendedor-innovador. Nuestro hombre ha conseguido lo que quería. De política no tiene ni idea, pero eso no le importa ni a él ni a casi nadie, tuvo su gran momento de lucidez y lo aprovechó, es el gran innovador, el que vio crecer la hierba bajo sus pies cuando otros no veían nada. Escritor