No se puede ser independentista y buen católico. Generar odio no es cristiano». Son palabras recientes de Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia, que ya en las autonómicas catalanas del 2015 organizó una vigilia en la catedral de la capital valenciana para rezar «por la unidad de España». Aunque estos son de los más llamativos, últimamente no faltan ejemplos que prueben lo difícil que les resulta a política y religión viajar cada una por su lado. De hecho, en la parroquia separatista destaca la mística intentona del republicano y también vaticanista Oriol Junqueras, que se defendió ante la jueza Carmen Lamela apelando a sus convicciones religiosas: «Soy creyente y cualquier acto violento va contra mis creencias». En la misma Audiencia Nacional, su compañera en el Gobierno destituido Dolors Bassa alegó haber sido «profesora en un colegio católico concertado» para dar prueba sagrada de su «pacifismo».

Quizá porque buena parte de los españoles aún llevamos cosido en el subsconciente los preceptos del nacional-catolicismo que empapó las estructuras educativas del país incluso más allá de la muerte de Franco, todas estas mezclas (a veces explosivas, a veces inocuas, casi siempre fuera de lugar) apenas nos llaman ya la atención. De hecho, nos cuesta poco esfuerzo digerir que el argumentario de Mariano Rajoy pasa siempre por hacer las cosas «como Dios manda» o que un responsable público como Gustavo Alcalde conmemore el 6 de diciembre junto a un ejemplar de la Constitución abierto por la página del artículo 155. El símbolo del fracaso de la política exhibido como si fuera una carta de san Pablo a los corintios.

Un poco más allá, cada vez parece más claro que el independentismo es una cuestión de fe. Solo así se entiende que después de todo lo que ha pasado en los últimos meses de bochorno en torno a esa república non nata, el bloque secesionista siga contando con el respaldo de millones de fieles; más o menos la mitad de la población catalana, como asegura el CIS y el resto de las últimas encuestas. Estamos ante una religión civil que, parafraseando al nonacumpleañero Rafael Sánchez Ferlosio, no deja de ser una negación continuada del principio de realidad. Un nacional-populismo que ha superado al tradicional victimismo catalán hasta alcanzar trazas de doctrina. Ni 155 ni 21-D ni repetición de elecciones (que no se descarta), o España entera asume de una vez la magnitud del problema... o solo nos queda rezar. H *Periodista