Lejos de los grandes centros cívicos, no es fácil encontrar actividades culturales. Si ya su existencia deviene drásticamente limitada por una población reducida, su propia organización es siempre fruto de una labor esforzada, casi anónima y, por qué no decirlo, heroica.

Por ello resulta tanto más sorprendente la proliferación de vigorosos focos culturales en núcleos rurales. Sin embargo, es aquí donde el público muestra mayor fervor, donde se encuentra el auditorio más devoto y la concurrencia muestra la actitud más positiva, dispuesta a absorber con insólita atención aquello que desde la tribuna se transmite; es aquí, también, donde la acostumbrada ovación que cierra los actos suena, por su sincera autenticidad, a cántico celestial.

He tenido la suerte de conocer algunos de estos hermosos proyectos y de ser invitada a sus actividades, entrañable oportunidad para acercarme a unas personas que no se resignan a permanecer marginadas en su anhelo de perfeccionarse. Recientemente, en Cariñena, gracias a la Tertulia Literaria Tercer Milenio viví, de nuevo, una cálida jornada. Y, una vez más, la experiencia ha sido inolvidable.

Escritora