Esta interminable travesía por la Segunda División ha provocado tantos daños en tantas esferas que, como a aquel, al Real Zaragoza han terminado por sucederle cosas raras. Producto de lo que sea, que razones de todo tipo habrá, ha llegado a extenderse una corriente de opinión que consideraba que era mejor perder un partido que ganarlo, de Copa para ser rigurosos, por no se sabe muy bien qué efectos beneficiosos para el destino futuro en la Liga, juicios a todas luces manifiestamente imaginarios como por desgracia la experiencia ha demostrado con tozudez. Ni una cosa lleva a la otra ni la primera excluye a la segunda ni todo lo contrario.

Apearse de la Copa porque sí, por no se sabe muy bien qué consecuencia esotérica posterior, era un sinsentido con el que Natxo González intentó acabar con una alineación plagada de titulares y, sobre todo, con mucha gallardía. El regalo fue un 3-0 al Granada, otro gol y exhibición de cualidades de Borja, un excelente partido de Febas, el nacimiento del Toquerismo en La Romareda y una extraordinaria comunión con la grada, que este año huele que esto puede ser otra cosa y terminó generando esa atmósfera tan de aquí, tan de Copa, tan de este estadio. Tan maravillosa.