Hace unos cuantos años que, en una reunión de una conocida fundación, predije que el funcionamiento de los partidos iba a cambiar voluntariamente o por la fuerza de la dinámica social. En otra reunión más reducida, recuerdo lugar y asistentes, sugerí la posibilidad de establecer un procedimiento para solicitar a todos los afiliados su participación, sus ideas, para elaborar el programa ante una próxima cita electoral. Qué menos. En mi opinión, era urgente desechar el procedimiento anterior por el que alguien que debía ser experto en todo, (yo me lo guiso, yo me lo como), elaboraba un documento que claro, servía para bien poco. Se me contestó, con cierta razón, que no conocía el partido, y el sabelotodo hasta se cabreó por su posible pérdida del monopolio. Pues ahora, bastantes años después, se piden hasta 10.000. Vale, ya era hora. Otras veces se solicitan ideas, muy necesitados, porque las que han propuesto como propias rozan el esperpento, el ridículo, poniendo de manifiesto cómo es posible que, sin más méritos, capacidades y habilidades que cabalgar a la grupa del aparato, se pueda permanecer durante décadas en la vida política. Coincido con un alto dirigente cuando decía que hay gente que tiene una ambición desmedida. Sobre todo cuando hablamos de expertos en hinchar globos y en malvender humo, porque casi no se les entiende a golpe de neologismos. Si además se enmascara un ambiguo curriculum, con el resultado final de ser más falso que la falsa moneda… desvalorizamos la política. ¡Y lo descubrimos ahora! Me explico ¿verdad?

*Profesor de universidad