La vida tiene mucho de danza, en ocasiones bella y armoniosa, otras fea y macabra. Las más de las veces no se trata siquiera de una danza ensayada y consciente, sino que, parece el resultado de un movimiento casi perenne que sin descanso ni pausa continúa y prolonga. En la danza lo más difícil de realizar y vivir es el cambio de movimientos, las transiciones de una posición a otra. Tengo la impresión de que últimamente nuestra danza es más complicada pues, sin ritmo ni compás, nos empuja de una fase a la siguiente llena de transformaciones y espadas. Es entonces cuando la danza se convierte casi en temblor y en lugar de ser muestra y expresión de alegría parece más bien el envoltorio agitado de una tristeza.

De sobras es sabido que en los últimos días ha danzado el terror y sacado al dolor del escondite donde se protegía. ¡Pobre dolor, tanto esfuerzo baldío en esconderse para nada, siempre lo acaban encontrando! El mundo es una narración infinita, indeterminabilidad abierta plagada de metáforas pero también de trampas que son conceptos y atrapan a quienes desconocen o desprecian la voluntad de la libertad. Pero esa voluntad, la casi divina, no es un don sino determinación y empeño que solo con esfuerzo y tesón se convierte en tesoro. No hay recetas, fórmulas o atajos, ha de haber argumentación y ha de ser competitiva, no destructiva. Pero no, no me engaño, nada tiene de novedoso recurrir a la fuerza como medio para conseguir propósitos no admitidos sin ella.

En 1958 Hannah Arendt decía: "Tal vez seamos la primera generación que se ha dado perfecta cuenta de las consecuencias inherentes a una línea de pensamiento que admite que todos los medios, con tal de que sean eficaces, están permitidos y justificados en busca de algo definido como fin". Parece una conclusión clara y contundente y, sin embargo, por momentos pareciera que nada o demasiado poco se aprendió pues entonces, antes y ahora la muerte siempre ha sido una baza política, la baza política y última por excelencia: eliminar al contrario y cuanto le simbolice o represente. No parece sensato menospreciar esa baza, demasiado estimada y empleada por la ira a lo largo del tiempo ni tampoco minusvalorar el poder del pensamiento negativo y huero de la violencia a la que los hombres sin atributos recurren con fácil y fría banalidad.

Hasta aquí lo sencillo, "todo eso ya lo sabíamos" podrían decirme y preguntar: "Entonces, ¿qué ha de hacerse?". Sí, yo también me planteo qué cimientos estamos poniendo. No, no existen formularios de soluciones. Por ello, tal vez lo primero sea tomar cabal conciencia de que la razón es una facultad más frágil de lo que nos dijeron y de lo que pensamos, de que junto a ella otras variables menos lineales pesan en la conducta de los amigos y los enemigos... De que todo está por hacer pues no somos sino una injerencia creativa en un mundo en que estamos abocados a habitar conjuntamente una realidad abierta, construida, insobornable. Sé que Machado no pensó en este contexto cuando escribió su verso y, sin embargo llenas de sentido emergen aquí y ahora sus palabras: "Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora".

Profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza