Nunca he creído en el intelectual puro, en la torre de marfil del escritor, y por eso me paso buena parte del año por esos caminos de Homero, de una punta a otra del país, trabajando en proyectos culturales, descentralizando, intentando acercar la palabra escrita y el relato oral a los lectores.

Acabo de vivir una alentadora experiencia en Daroca, donde hemos puesto en marcha la I Semana del Libro. Hablo en plural porque he contado con el apoyo de su Ayuntamiento, encabezado por su alcalde, Miguel García; con el de un concejal de Cultura, Javier Lafuente, sensible y eficaz; con la complicidad de Mayte Vílchez, en la coordinación del desarrollo comarcal; con el afecto de Mamen Sebastián, directora de la Biblioteca Municipal y bibliotecaria vocacional; más la ayuda de un librero al viejo estilo, humilde y sabio, Luis Jesús del Molino. Gracias a ellos, la organización ha sido todo un éxito, asentando las bases para futuras Semanas, pues es imprescindible que este tipo de ciclos, que concitan un alto nivel cultural con una notable participación popular (el concurso de microrrelatos desbordó todas las previsiones) tenga continuidad.

Daroca, ciudad histórica, cuna de intelectuales que nunca habitaron en torre de marfil alguna, como Mingote o Ildefonso Manuel Gil, y que también recorrieron azarosos caminos del arte y de las letras sembrando proyectos y esperanzas, ha visto enriquecerse estos días sus tribunas con autores como Angel Cantín, Beatriz Falomir, Alejandro Corral, Alfonso Mateo--Sagasta, nieto de don Práxedes, quien fuera presidente del Gobierno en la Restauración, y una referencia de calidad en novela histórica española, o con Espido Freire, ganadora de un Premio Planeta y autora de una obra literaria interesante y original. Espido participó hace años en los cursos de Música Antigua que con tanto éxito vienen celebrándose desde hace más de treinta años, bajo la batuta de José Luis González Uriol. Los recuerdos de Espido al pisar Daroca, al entrar a la Basílica, al vislumbrar la judería estaban trufados de un aire proustiano, como sí, en lugar de la famosa magdalena, su memoria hubiera sido estimulada por los chocolates de la pastelería Segura.

Un nuevo ciclo literario para un Aragón que debe reencontrarse con sus raíces y huir de la globalización y de la colonización cultural. Gracias, Daroca.