El debate energético no suele centrarse, ni de lejos, en hechos objetivos. En buena medida pivota en torno a concepciones o visiones subjetivas de la realidad. A lo largo de nuestras vidas, las personas adquirimos y construimos una serie de filtros, pretendidamente racionales, pero en realidad básicamente emocionales, que utilizamos como defensa para buscar y tratar de encontrar un sentido al mundo que nos rodea. Y nuestra toma de decisiones suele estar muy influenciada por encuadres mentales asociados a tales filtros. Estos determinan cómo se conceptualiza la energía, qué variables analíticas se consideran importantes, cómo se valoran los diferentes recursos energéticos (fósiles, nucleares y renovables) y, también, qué aspectos de la problemática energética merecen atención y cuáles no.

Benjamin K. Sovacool, Marilyn A. Brown y Scott V. Valentine, autores de un libro publicado en Baltimore por la Johns Hopkins University Press, con un título que podríamos traducir como Realidad y ficción en la política energética global: quince cuestiones polémicas, reconocen al menos ocho de tales encuadres. Estos definen otros tantos posicionamientos, fácilmente reconocibles entre los participantes habituales en el debate energético.

Uno de los encuadres más populares correspondería a los denominados «optimistas tecnológicos»; quienes argumentan que con la ciencia y la tecnología se puede solucionar prácticamente cualquier problema y, en consecuencia, no hay impedimento para continuar viviendo tal y como lo hacemos, siempre que sigamos innovando.

Otro encuadre sería el de los «partidarios del mercado sin límites», aquellos que consideran que la energía, tanto primaria como final, es una mercancía, o un conjunto de ellas, cuya gestión óptima pasa por la potenciación a ultranza del libre mercado y la menor intervención posible de los reguladores gubernamentales. Un tercero incluiría a los «defensores de la seguridad nacional», o a todos aquellos que sostienen la necesidad de priorizar la seguridad del suministro energético, considerándolo un tema estratégico que, llegado el caso, debe ser protegido por la fuerza. Un cuarto encuadre estaría representado por los «filántropos de la energía», quienes defienden que el acceso a los servicios energéticos constituye un derecho humano fundamental. Otra visión sería la respaldada por los «conservacionistas ambientales», que propugnan la necesidad de priorizar la protección del medioambiente a lo largo de toda la cadena de los servicios energéticos. Un sexto posicionamiento, el de los «defensores de la justicia», estaría representado por quienes consideran que las decisiones energéticas deben gozar de una amplia aceptación social, fundamentada en la información previa y en el derecho a decidir de las personas, y, además, que dichas decisiones deben ser igualitarias en la distribución de costes y beneficios. Un séptimo encuadre sería el de los «neomarxistas», para quienes el sistema energético global hunde sus raíces en la explotación y lucha de clases. Y, por último, tendríamos el del «consumidor concienciado», que defiende la necesidad de operar un cambio centrado en el comportamiento individual, es decir, en una disminución de la demanda por parte del consumidor.

Aunque los ocho encuadres comentados no son necesariamente excluyentes entre sí, y por tanto no tienen por qué entrar en conflicto de forma permanente, la mayoría de ellos presentan un alto grado de conflictividad potencial o latente. Por esta razón, si contemplamos la gobernanza energética como un empeño político que involucra a agentes sociales con encuadres mentales contrapuestos, está claro que cualquier discusión en profundidad tiene una alta probabilidad de acabar generando más desacuerdo que consenso.

Si de verdad perseguimos este último objetivo, no estaría de más que los defensores de un encuadre energético en particular tuvieran predisposición para reformular sus argumentos con el fin de lograr el milagro de hacer más permeables las defensas emocionales de sus oponentes. Lo malo es que la intolerancia sectaria, el dogmatismo y la arrogancia intelectual, a menudo concretados en una actitud prácticamente evangelizadora, suelen prevalecer sobre el espíritu crítico, la razón y la búsqueda de acuerdos. Y si a esto añadimos los inevitables conflictos de intereses y la creciente complejidad derivada de un cambio tecnológico acelerado, la tarea se antoja ardua.

*Catedrático de Recursos Energéticos. Facultad de Geología (UB).