Los campos de concentración de la Alemania nazi fueron la expresión máxima del miedo y el terror. Pero el Holocausto no empezó ni acabó en los campos de concentración de Hitler. Habían comenzado ya durante su primer año de gobierno, en 1933, cuando se inició la persecución contra los judíos, su discriminación social, las humillaciones públicas de las personas, los asesinatos selectivos, el reclutamiento de los jóvenes judíos para el trabajo forzoso, la reclusión de las familias en barrios y casas especiales (las Judenhauser), la obligatoriedad de que los hebreos llevasen en sus ropas la estrella de David, para identificarlas como Untermensch (personas de raza inferior).

Además de los 6 millones de judíos asesinados en los campos de exterminio nazis, lo fueron asimismo centenares de miles de gitanos y comunistas, entre ellos miles de republicanos españoles. Pero el Holocausto no acabó con la liberación de los campos en 1945, una vez finalizada la II Guerra mundial. Continuó en el interior de millares de supervivientes como una pesadilla, tatuada en su mente al igual que en su piel el número que les identificaba como prisioneros en los campos. Y no sólo fue esa una pesadilla para los supervivientes, sino también --en muchas ocasiones-- para las hijas e hijos de los supervivientes, que no podían dejar de pensar que quizás no eran sino los sustitutos de la hija, hijo, o de los hermanos perdidos.

Mi resiliencia es el testimonio de uno de aquellos supervivientes, Sigfried Meir. Un niño judío entonces, que había nacido en la ciudad alemana de Francfort, en 1934, y que con tan sólo 9 años fue deportado junto a sus padres judíos (Moshe Meir y Jenni Bacharach) al campo de Auschwitz, en Polonia. Los padres de Sigfried murieron al poco de llegar, y él sobrevivió gracias a la protección de las dos kapos del barracón de mujeres en el que había sido confinado junto a su madre. Enfermo de tifus, el niño Sigfried fue tratado por el tristemente célebre por sus crímenes, doctor Mengele, seguramente una cobaya más para él, aunque milagrosamente, curó de su enfermedad.

POSTERIORMENTE Sigfried Meir fue traslado, en una marcha terrible de varios días, que a punto estuvo de costarle de nuevo la vida, al campo de concentración de Mauthausen, en Austria, cuyos trabajadores eran utilizados como mano de obra esclava para empresas armamentísticas y de la construcción de la Alemania nazi. Una vez en el campo, el niño Sigfried cayó en manos del más cruel de sus guardias, Bachmayer, un antiguo zapatero convertido en un sádico criminal. Sin embargo, aquel psicópata SS decidió que el niño judío quedara al cuidado de uno de los prisioneros españoles, Saturnino Navazo --algunos años mayor que Sigfried Meir-- destinándolo a su barracón.

Finalmente los americanos liberaron el campo de Mauthausen el 5 de mayo de 1945, y, trasladado a Francia, Sigfried pidió a Navazo que le llevase con él a Revel, localidad francesa cercana a Toulouse en la que Saturnino Navazo se asentó tras recuperar su libertad. Hasta su defunción, acaecida en 1990, él fue para Sigfried Meir el padre que no tuvo en su niñez, por lo que su muerte le ocasionó una fuerte depresión. Fue en aquel tiempo cuando Sigfried profundizó en la amistad con el cantante francés George Moustaki (1934-2013), a quien conoció en la década de los cincuenta en París (cuando también Sigfried se dedicaba al mundo de la canción) y juntos escribieron, en 2001, un libro: Hijo de la niebla, en el que Sigfried Meir escribía por vez primera sobre sus estremecedoras vivencias en los campos de exterminio.

Actualmente, el autor --padre de dos hijas-- vive en Ibiza con su mujer, isla en la que se asentó hace ya unas décadas, y en la que puso en marcha la primera gran discoteca de la isla --antecedente de Pachá--, así como la que fue en su tiempo una importante marca de ropa ad lib, de nombre Zoé, amén de una cadena de restaurantes y una tienda de arte africano, del que es un gran apasionado y estudioso.

Dedicado ahora a la pintura y la escultura, el título del libro, Mi resiliencia, le vino inspirado a Sigfried Meir a través del neuropsiquiatra Boris Cyrulnik (a quien conoció hace algunos años), quien ha trabajado en el estudio y tratamiento del trauma infantil, desarrollando el concepto de "resiliencia" (que podría definirse como la capacidad que tenemos todas las personas para superarnos y salir adelante aun en los momentos más difíciles y duros).

El de Sigfried Meir es un libro que nos aporta temas para la reflexión en unos momentos que, trágicamente, cada vez más se asemejan a aquellos que creíamos superados. Los diez millones de refugiados sirios que esperan a las puertas de Europa, y los cientos de personas, procedentes de distintos países de África, que cada año mueren en el Mediterráneo, son el testimonio de que en nuestra sociedad algo profundo socialmente está fallando, y que es preciso reaccionar ya, sin demora --so pena de perder cualquier atisbo de decencia moral en nuestras democracias--, para socorrer y proporcionar un tratamiento dignamente humano a estas personas que sufren y mueren cada día ante la pasividad de los gobiernos. Aquí y ahora estamos, y a todos y ahora nos toca.

Periodista