Se suele decir que los votantes de izquierdas son más estrictos y reactivos que los de derechas ante los errores de sus dirigentes. Por eso en el ambiente progresista casi todo el mundo cree que digan sí o no, mucho o poco, las bases de Podemos, el asuntejo del chalet les va a costar a los morados un carretón de sufragios. En cambio, la detención de Zaplana, o la imputación del segundo de Montoro en Hacienda... pues igual están ya amortizadas.

El PP, se supone, tiene un suelo electoral que ha resistido casi todo. Aunque no tanto como se cree, a la vista de las constantes e importantes pérdidas de terreno en las últimas citas con las urnas. Es más, pudiera ser que esos apoyos aparentemente incondicionales de quienes priorizan el aspecto ideológico por encima de cualquier escrúpulo ético y estético ya no fuesen nueve millones ni siquiera siete sino bastantes menos. Y que seguirán reduciéndose porque contemplar cómo se agolpan ante los tribunales exministros de Aznar, expresidentes de Madrid o de Valencia, cargos y carguetes supera la comprensión de muchas personas, por muy conservadoras que sean. Por menos ha quedado el PSOE semidesahuciado y por casi nada anda el podemismo hecho polvo.

El PP, con la anuencia del PNV que prefiere Rajoy conocido que Rivera por conocer, ha ganado tiempo para salvar esta legislatura y proyectar las próximas generales hacia el 2020, cuando espera haberse recuperado. La otrora gran derecha confía en que las municipales y autonomías de dentro de un año le ofrezcan la oportunidad de mantener a Cs a distancia e incluso de estabilizar la situación en Cataluña (no sé cómo). Pero ese plazo puede convertirse en un margen letal si, como parece, al bueno de Mariano se le ha acabado la suerte y solo cuenta con su astucia política, que es mucho más escasa de lo que los cronistas de la Corte se han empeñado en decir.

Y la corrupción que suma y sigue (¡pobre Maillo, que papelón!). Y el cabreo ciudadano. Y la desigualdad. Y la cuestión territorial. Y ese Gobierno, que da pena... Veremos.