A los hombres que sí amamos a las mujeres comprobar a diario que la violencia y el poder machista están ahí, como una asquerosa pudrición, nos saca de quicio. ¿Qué podemos decir al respecto? ¿Cómo explicar este bestial terrorismo de género? ¿Podemos consolarnos al ver que, de repente, Hollywood se revuelve contra las agresiones y el acoso, o porque la cumbre de Davos ha puesto de manifiesto, según dicen, la emergencia del nuevo poder femenino?

En esta época no parece fácil reconocer la virtud de nadie. Para gran parte de la opinión pública, los políticos son corruptos, los banqueros ladrones, los periodistas mentirosos, los curas pederastas, los musulmanes terroristas, los ricos sospechosos... y los hombres somos machistas por definición. Supongo que esta percepción se basa en que efectivamente demasiados (no la mayoría, pero más de los que serían aceptables) políticos, banqueros, periodistas, curas, musulmanes, ricos y varones incurren en el estereotipo y lo confirman. Malditos sean.

Esta situación impide establecer un debate razonable sobre la cuestión de la ética social. En el caso de la violencia machista (en todas sus versiones), la polémica se ha desbordado. El movimiento #MeToo ha propiciado una réplica teorizada radicalmente por el feminismo norteamericano, que a su vez ha sido contestada por un grupo de conocidas mujeres francesas, con Catherine Deneuve a la cabeza.

Porque, claro, cabe preguntarse si la movilización sin contemplaciones contra las agresiones, la intimidación, los abusos, las groserías, los piropos callejeros (objeto de una campaña en contra de la Junta de Andalucía) no acabará matando la normal relación entre ambos géneros: la aproximación, la amistad, la seducción, el amor, el morbo, la pasión. Y doy por sentado que no. Ojalá no. Pero no resulta fácil entrar en matices y finuras cuando muchas decenas de mujeres españolas son asesinadas cada año, cientos son violadas, miles intimidadas, decenas de miles segregadas laboralmente... Sí, demasiados hombres malos.