Luisa Elena Delgado en su libro La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011), y en el capítulo La democracia sensible explica el papel marginal de la izquierda en la política actual. De alguna de sus ideas con reflexiones propias hablaré a continuación.

Yannis Stavrakakis en su libro La izquierda lacaniana señala, si en el momento actual existe algún déficit que pueda reconocerse como el culpable de la derrota de las políticas democráticas de izquierda, no es de tipo epistémico (epistemología es una parte de la filosofía cuyo objeto de estudio es el conocimiento), sino afectivo, en el sentido de que no es que haya falta de ideas, proyectos o propuestas, sino que fracasan en inspirar la acción colectiva: literalmente no emocionan, no conmueven, por lo que no generan ilusión alguna en la ciudadanía. Se podrá decir más alto pero no más claro. En el caso español esta afirmación es hoy aplicable a las izquierdas desde hace tiempo con representación política institucional.

Juan Carlos Monedero ya dijo antes de entrar en la política activa, que los temas en torno a los cuales se ha agrupado la izquierda, como socialismo, pan y trabajo, no tienen hoy capacidad de movilización. Esa capacidad la tiene hoy la derecha, desde el Tea Party al neoconservadurismo español, que en nuestro país hace tres años supo aprovechar y movilizar la frustración y la rabia de los ciudadanos para canalizarlas en proyectos e iniciativas que han rebajado la esfera pública, potenciado el poder plutocrático y destrozado conquistas sociales que ya creíamos consolidadas. Y a pesar de estas políticas brutales, me sorprende, aunque no lo cuestiono, que todavía 1/3 del electorado mantenga su confianza en un gobierno de los populares. Igualmente los distintos populismos saben muy bien apelar a las emociones, a las bajas pasiones (el emigrante es el causante de tus problemas o el parado consume tus impuestos), y como la mayoría de las izquierdas siguen recurriendo a una política exclusivamente racional, así sirven en bandeja un gran porcentaje de su antiguo y desilusionado electorado a determinadas fuerzas políticas ultranacionalistas de derechas, e incluso fascistas, que van in crescendo. De nuevo Monedero afirma que la izquierda debería entender que es preciso unir emoción y gestión, renovar las emociones y concretar alternativas claras y atractivas. Apelar a la sensibilidad, un término que también usa M. Foessel reivindicando una democracia sensible, significa destacar la importancia de los afectos en la construcción del vínculo democrático y del sentir colectivo. Hubo momentos en los tiempos recientes en España en los que las emociones tuvieron una gran importancia: las movilizaciones tras el hundimiento del Prestige o las manifestaciones millonarias contra la guerra de Irak. Igualmente los aspectos emocionales estuvieron presentes en el movimiento ciudadano del 15-M: la alegría, la ilusión por un cambio posible. "Primero estaba indignada, ahora estoy ilusionada", aparecía en bastantes pancartas. Lo que es incuestionable es que el 15-M ha creado un sentido de comunidad, ha apelado a la ciudadanía y ha aspirado a una democracia más sensible. Toda esta avalancha de emotividad estaba en las calles y las plazas españolas, y la izquierda existente principalmente la del PSOE e IU se ha mostrado incapaz de escucharla, recogerla y encauzarla en un programa articulado e ilusionante. Quien si ha dado muestras de sensibilidad para encauzarla políticamente ha sido Podemos. De ahí su éxito electoral y con unas expectativas tan espectaculares, que está provocando un auténtico pavor a los partidos políticos sistémicos y que muchos politólogos aducen que es una muestra de inmadurez del pueblo español. Discrepo. El pueblo español sabe a quién vota y por qué. En todo caso, si se equivoca, ese será su problema.

Enrique Muriel en su artículo Cinco claves del éxito de la campaña electoral de Podemos señala que la primera clave ha sido la elaboración de un discurso sencillo y que apela a la emoción. Hace ya dos años, en una de sus muchas conferencias, Pablo Iglesias explicaba detalladamente su concepción de lo que, a su parecer, debía comunicar una izquierda hasta entonces demasiado centrada en la intelectualidad y encerrada en sí misma, alejada de la cultura de masas. Por ello prestigiosas investigaciones y sesudos manifiestos al final llegaban sólo a unos pocos, por lo que su efecto era muy reducido. "Todos estos diagnósticos de la izquierda, de alguna manera, habría que intentar traducirlos a un discurso". "Uno de los dramas de los movimientos socialistas y del marxismo ha sido su incapacidad para traducir", añadía, esto es, "disputar las cosas normales que están en la cabeza de la gente, lo que llamamos hegemonía". Esa hegemonía, concepto de Gramsci --al que Iglesias cita frecuentemente--, implicaría convertir los puntos fundamentales de la izquierda en "sentido común". Esta ha sido la batalla de Podemos. Además, Iglesias siempre ha reivindicado abiertamente que hay que apelar a la emoción, y no sólo a la razón, y ha "recuperado" conceptos emocionales como el de patria. En esta postura, Podemos no se ha detenido tanto a dialogar con la izquierda como a buscar que su mensaje llegara a "la gente". Profesor de instituto