Muy a nuestro pesar contemplamos una y otra vez conductas antideportivas en los estadios, flagrantes muestras de un comportamiento agresivo ajeno a lo que pregona el tradicional aforismo mens sana in corpore sano. Los valores que intenta transmitir la práctica del deporte hablan de competitividad limpia, ajustada a unas reglas que se aceptan en sí mismas en la lucha por una victoria donde el rival no es un enemigo a batir, sino un compañero alineado en el bando contrario y que sirve de medida para valorar la propia capacidad. Algo sin duda alejado de la trampa y de los subterfugios tan utilizados para alcanzar un triunfo que, de tal forma, es inmerecido, aunque sean demasiados quienes defienden como objetivo vital el éxito a cualquier precio. Por fortuna, tampoco faltan los ejemplos contrarios a ese estilo desvirtuado; uno muy significativo y, además, integrador, nos lo brinda la Fundación Emilio Sánchez Vicario, que ha impulsado una escuela de tenis para deficientes visuales; es decir, personas cuya capacidad física está limitada, mientras que, a cambio, hacen gala de una fortaleza psíquica y moral fuera de lo común. Los valores que esta escuela intenta transmitir no están ligados a la derrota del contrario, sino al estímulo de la tenacidad, del esfuerzo y del espíritu de superación, argumentos tan necesarios para quienes lo tienen todo un poco más difícil que los demás. Los abnegados e ilusionados discípulos que tomarán sus clases en la madrileña Ciudad de la Raqueta obtendrán una experiencia tan útil como aleccionadora para la vida diaria, donde tendrán que enfrentarse, como en los estadios, a quienes hacen del juego sucio y de las argucias las armas predilectas para conseguir sus objetivos.