El hecho de que las primeras décadas tras la Transición, las más prósperas históricamente, transcurrieran bajo gobiernos socialistas de Felipe González hizo creer que el nuestro era un país de centro izquierda, de clara mentalidad progresista. En realidad la modernización era imprescindible e impostergable. Europa, y en particular Alemania, nos estaban esperando y apoyando. Aglutinó, por otra parte, a buena parte del mundo intelectual que construyó todo un relato cultural acorde y afín, algo que Sánchez Ferlosio denunció como un suceso extraño, y que Guillem Martínez definió como CT. Entonces se amasó la idea de que el PSOE era el partido que más se parecía a España, mensaje que mal que bien se estiró como un chicle hasta que Zapatero se empeñó en negar crisis y burbujas, dando paso al fin de una ilusión y al inicio del naufragio del estado de Bienestar.

Un poco antes, la mayoría absoluta del PP de Aznar en el 2000 ya mostró una derecha sin complejos dispuesta a reconquistar un espacio que siempre fue suyo. Un poco después, la incertidumbre y el desconcierto que siguieron a la crisis del 2008 han jugado a favor de los populares, pese a recortes y corrupción, corroborando la idea de que el nuestro sigue siendo un país claramente conservador y no tan sociológicamente de izquierdas como se suponía. Las últimas encuestas lo ratifican, incluyendo la irrupción de un partido, Ciudadanos, que pese a sus revoloteos, sabe bien en qué árbol posarse.

Lo decía el historiador Henri Guillemin: la derecha considera que lo suyo no es la política, sino la verdad y lo razonable, mientras lo de la izquierda es solo opinión asociada a demagogia y no a democracia, a debate, en definitiva, a política. Tristemente, quienes deberían defender un estado social no saben salir de sus laberintos. Podemos, que acertó con los diagnósticos, se ha verticalizado, permitiéndose postergar a algunas de sus mentes más lúcidas. Por su parte, Pedro Sánchez no acaba de «reconectar con la España de hoy», quizá ni con su partido. Parece mentira que la prioridad de socialistas y morados fuera desalojar del poder a Rajoy sí o sí. La guinda la ha puesto la matraca catalana, ideal para extender la derechización por el resto del territorio.

Así lo analizó Javier Pérez Royo: «La sociedad española ha demostrado que se deja mandar con facilidad, pero que se gobierna a sí misma con mucha dificultad». Dicho de otra manera: esto es España, amigo. H *Periodista