Medio país, por lo menos, asiste perplejo a lo que está ocurriendo en este espectáculo del absurdo en que se ha convertido la política. Pero pese a todo (corrupción, terrorismo, injusticias e insolidaridad), los últimos cuarenta años han sido, de lejos, los mejores de la historia de España.

Tras sufrir entre 1808 y 1939 una guerra mundial (la de Napoleón), varias guerras civiles y otras tantas coloniales, más la larga dictadura franquista, los españoles supieron superar ese terrible siglo y medio mediante el diálogo y el pacto en 1978. Para lograrlo, la izquierda renunció a reivindicaciones como la República, y la derecha admitió la Constitución, cuyo artículo 1 proclama un «Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político».

Gracias a una cierta estabilidad social, al Estado del bienestar, a la descentralización autonómica y a las ganas de vivir en paz de la mayoría, España se ha convertido en uno de los países más ricos del mundo, aunque las desigualdades de renta entre sus ciudadanos siguen siendo exageradas.

A pesar de los problemas, como el terrorismo de ETA -afortunadamente superado-, los políticos corruptos, la desafección de mucha gente por la política y cierto desencanto general, en los últimos años algo se estaba moviendo en esa modorra que se había instalado en la sociedad española. Pero lo que parecía una esperanza, acabar con la corrupción para construir un país más justo y más honrado, se puede venir abajo de manera estrepitosa por la deriva que ha generado una casta de políticos visionarios, los independentistas pancatalanistas y la izquierda nacionalista (contradicción en los términos), que unidos a una derecha ramplona, insensible y egoísta (como siempre), están arrastrando a todo el país a una sensación de tristeza y desesperanza.

Lo que está ocurriendo en Cataluña es una suma de despropósitos: los creados por el Partido Popular al negar a los catalanes competencias en su nuevo Estatuto de Autonomía que sí aprobaron a andaluces, gallegos y valencianos, y por alentar un permanente rechazo a todo lo catalán; y los independentistas pancatalanistas al saltarse las leyes que prometieron cumplir, romper las reglas del juego, mentir sin rubor y lanzar mensajes miserables y falsos como aquella falacia de «España nos roba».

Y así andamos, a punto de sumirnos en un desastre que puede poner fin a una etapa de paz y progreso. Pirómanos no faltan.H

*Escritor e historiador