En una de mis antiguas encarnaciones, como concejal de Cultura de Zaragoza, tuve una tensa relación con las autoridades catalanas.

Pujals, aquel consejero de la Generalitat que apadrinó la inmersión lingüística, me puso toda clase de obstáculos para visitar el Archivo de la Corona de Aragón, como si lo que allí dentro se hiciera tuviera que ver con alguna secreta manipulación de las fuentes históricas. Era un verdadero fanático, un talibán, pero cuando uno hablaba con Jordi Pujol, al menos se recuperaba un cierto debate y el principio de la razón... para derivar finalmente a la sinrazón nacionalista. El entonces honorable hablaba por los codos, siempre mirando al suelo y, al cabo del primer minuto, olvidándose de su interlocutor para endilgarle una monserga sobre el Ebro "que aunque pase bajo los puentes del Pilar no es aragonés", sobre los països o cualquier asunto de su conveniencia.

Por eso, al ser don Jordi tan hablador, me extraña mucho su actual silencio.

Meses lleva el antiguo mandatario amparado tras un silencio opaco, mientras sus hijos, todos ellos, van desfilando por los Juzgados en medio de una verdadera orgía de imputaciones, con un oropel de lujo nimbando su apellido de Ferraris, hoteles, comisiones, viajes a los paraísos fiscales y una larga lista de delitos que han convertido a esta familia en el peor ejemplo posible. Otro ex, Joaquín Leguina, los llamó chorizos en un programa de TV, y es lo que piensa, en fino, la mayoría de la gente.

El silencio de Pujol obedece seguramente a un sentimiento combinado de prudencia y vergüenza, pero nada me extrañaría que asimismo orientado a facilitar las operaciones de Artur Mas, su delfín, en sus desesperados intentos por mantenerse en el poder de la Generalitat. ¿Para qué? Fundamentalmente para que, como Pujals hizo conmigo en el Archivo, dificultar o retrasar la entrada de otros que puedan preguntar por estos o tales papeles, solicitar auditorías, investigar en qué se han gastado esos 1.300 millones de euros que faltan en las cuentas de Montoro, profundizar en las ITV o en las consejerías del ala dura de Convergència. Pujol calla para que Mas otorgue más poder a Esquerra y a la CUP, blindando con ellos un frente antiespañol que, a su vez, le proteja a él.

¿Política? En todo caso, de autodefensa.