Hay cuestiones hoy que, aun reconociendo su gran importancia, de tanto citarlas llegan a producirnos cansancio y también despreocupación. Entre ellas: más de mil millones padecen hambre en el mundo; el trabajo infantil alcanza los 168 millones; el calentamiento global pone en peligro a la Tierra; los atentados continuos en Irak y Afganistán; el incremento incontenible de la desigualdad. A esta última quiero referirme en las líneas que siguen. Algunos economistas han hablado de ella como Joseph E. Stiglitz, en su libro El precio de la desigualdad: cómo la división actual de la sociedad pone en riesgo nuestro futuro, cuyo título es muy clarificador. Pierre Rosanvallon en La sociedad de los iguales, estudia la trayectoria del concepto de igualdad, sus patologías y su desenlace en lo que llama el siglo XX de la redistribución, y analiza el claro retroceso actual respecto de las políticas redistributivas y del Estado de bienestar del siglo XX y se pregunta si no estaremos regresando al siglo XIX. Mas ha tenido que ser la obra del economista francés Thomas Piketty El capital en el siglo XXI, la que ha puesto de rabiosa actualidad la desigualdad, cuando hasta ahora la élite dominante de los economistas la consideraban como una realidad inevitable y positiva del sistema capitalista. Cabe esperar que a partir de ahora preocupe a nuestras clases dirigentes sino por razones éticas por prudencia, ya que del tratamiento que se haga de ella, depende en gran parte la estabilidad en nuestras sociedades. La tesis de Piketty está basada en su observación de las tendencias de la tasa de retorno de los activos del capital y la tasa de crecimiento de la economía. Cuando ésta última es menor que la primera la desigualdad crece y crece mucho: o lo que es lo mismo, que mientras los rendimientos del capital aumenten más que el crecimiento económico de un país se incrementará la desigualdad. Esta es una tendencia de largo plazo. En el siglo XIX, parte del XX y los años del XXI ha sido así, y la única excepción a esta tendencia fue en los años de la revolución keynesiana, del New Deal de Roosevelt contra la Gran Depresión, y del Estado de bienestar. Estas conclusiones están basadas en un trabajo empírico impresionante en series históricas de 200 años.

Para Tony Judt en Algo va mal, desde finales del XIX hasta la década de 1970, las sociedades avanzadas de Occidente se volvieron cada vez menos desiguales gracias a la tributación progresiva, los subsidios del gobierno para los necesitados, la provisión de servicios sociales y garantías ante situaciones de crisis. Siguió habiendo grandes diferencias, pero se fue extendiendo una creciente intolerancia a la desigualdad excesiva. En los últimos 30 años hemos abandonado todo esto. Varía en cada país. Los mayores extremos de desigualdad han vuelto a aflorar en Estados Unidos y en el Reino Unido, epicentros del entusiasmo por el capitalismo de mercado desregulado. No obstante, según los últimos datos de la OCDE, que reafirman los expresados por otras instituciones como Cáritas, Cruz Roja o Fundación Alternativas, el mayor incremento del nivel de desigualdad entre los países desarrollados se ha producido en España entre 2007 y 2011. Para Tony Judt las consecuencias de la expansión en Estados Unidos y el Reino Unido de la desigualdad están claras, y lógicamente son extrapolables a España. La movilidad intergeneracional se interrumpe: al contrario que sus padres y abuelos, en Estados Unidos y el Reino Unido los niños tienen muy pocas expectativas de mejorar la condición en la que nacieron. Los pobres siguen siendo pobres. La desventaja económica para la gran mayoría se traduce en mala salud, oportunidades educacionales perdidas y --cada vez más-- los síntomas habituales de la depresión. Los desempleados pierden las habilidades que hubieran adquirido y se vuelven superfluos.

La desigualdad económica exacerba los problemas. Así, la incidencia de los trastornos mentales guarda relación con la renta en Estados Unidos y el Reino Unido. Incluso la confianza, la fe que tenemos en nuestros conciudadanos, se corresponde negativamente con las diferencias de la renta: entre 1983 y 2001 la desconfianza aumentó marcadamente en Estados Unidos, el Reino Unido e Irlanda, los tres países en los que el dogma del interés individual por encima de todo, se aplicó con mas asiduidad a la política pública. Cuanto mayor es la distancia entre la minoría acomodada y la masa empobrecida, más se agravan los problemas sociales. La desigualdad es corrosiva. Corrompe a las sociedades desde dentro.

Aquellas décadas de "igualación", nos hicieron creer que tal conquista se mantendría sin fin. Sin embargo, estas décadas de desigualdad exacerbada nos han convencido que esta es una condición natural e inevitable. Además se ha extendido un sentimiento corrupto, ya que todos admiramos acríticamente a los ricos y tratamos de emularlos. No nos importa que nuestro futbolista preferido gane 20 millones de euros, o que los jugadores de la selección cobren 750.000 euros. Para Adam Smith: "Esta disposición a admirar, y casi a idolatrar, a los ricos y poderosos, y a despreciar o, como mínimo, ignorar a las personas pobres y de condición humilde es la principal y más extendida causa de corrupción de nuestros sentimientos morales". Profesor de instituto