La pobreza, como recoge la información que hoy publica EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, es ciertamente lacerante y nos aboca a un futuro nada halagüeño, justo cuando los datos referenciales empiezan a ser positivos, con las previsiones tímidas de crecimiento. Pero una cosa son las informaciones macroeconómicas y otra el palpitar de la microeconomía y las dificultades diarias de una parte notable de la población. Así lo creo la propia gente de la calle como se vio ayer en la gran manifestación de Madrid que ponía colofón a las marchas por la dignidad que han recorrido este mes todo España.

El detalle más importante se encuentra en una apreciación de los expertos consultados que vaticina que los efectos más devastadores de la crisis se dejarán sentir en los años de recuperación global. Corremos el riesgo de llegar a una sociedad dual que deje en la cuneta a un tercio de la población, sumida en una situación de precariedad alarmante. El político francés Michel Rocard se sumaba hace un tiempo a esta idea con un artículo que iba más allá en la radiografía de esta cicatriz social. Afirmaba que "el género humano está amenazado" y que "la principal víctima de la desigualdad creciente será la democracia". Una aseveración que se veía corroborada por otros pensadores en el sentido de que la edad de los derechos ha llegado al ocaso en la era de la globalización.

Estamos hablando de una brecha en la sociedad cuya profundidad aún es difícil de calibrar pero que se basa en hechos concretos y tangibles: menores prestaciones médicas y asistenciales, jubilaciones mínimas o inexistentes, un futuro sin atisbos de prosperidad, crecimiento de la malnutrición y de la falta de atención a los menores, parados de larga duración. En resumen, una fragilidad extrema que puede enquistarse en una parte muy importante de la sociedad: no solo en quienes hoy ya la padecen sino en todos aquellos cuyas perspectivas laborales son mínimas y que vivirán, en su madurez, muy lejos de las expectativas de generaciones anteriores. La crisis actual, que conlleva la pérdida para muchos de unos mínimos para la manutención o la calefacción, se diferencia de otras en el sentido de que la estabilidad de las familias se agrieta sin remedio a falta de al menos una base sólida de sustento. No existen, seguramente, fórmulas mágicas para evitar el colapso que nos anuncian, pero el hecho de denunciar el problema y de tomar conciencia de la magnitud del mismo, nos impulsa a estar alerta y a reclamar medidas urgentes, necesarias, imprescindibles.