La entrada masiva de inversiones chinas en África (52.000 millones de euros en tres años) ha merecido el apelativo de un plan Marshall para aquel continente. África no sale de un conflicto devastador como fue la segunda guerra mundial en Europa, pero la situación de la mayoría de países africanos es de quiebra, incluso los que disponen de importantes recursos naturales. Por ello, la llegada de inversiones que permitan desarrollar la industria y el comercio de África debe ser bienvenida. Permitiría sacar a aquel continente de su subdesarrollo crónico. Sin embargo, las cautelas son obligadas porque pesan demasiados interrogantes sobre el objetivo último de China. China en África no es una novedad. Hace más de una década ya llovieron inversiones y proyectos y muchos países acumulan desde entonces deudas con el país asiático que no pueden devolver. Desde el punto de vista de Pekín, su plan Marshall es un negocio redondo. África es un enorme mercado para los productos chinos; le permite demostrar que es una gran potencia económica y de rebote, militar y geopolítica, y puede comprar voluntades políticas en las instituciones internacionales. En estas circunstancias, más que una ayuda al desarrollo, lo que China se dispone a repetir en África es la versión del siglo XXI del colonialismo que los europeos implantaron en el siglo XIX y con el que expoliaron a aquel continente.