El 26 de marzo de 2001, apenas los primeros rayos del sol habían anunciado el nuevo día, un nutrido grupo armado de talibanes afganos llegaba ante los pies de dos gigantescas estatuas de Buda, esculpidas hacía más de mil quinientos años sobre unos colosales farallones de piedra, en la provincia afgana de Bamiyán. "Los Budas de Bamiyán" saltaban por los aires poco después, cuando los talibanes hicieron explosionar las cargas de dinamita que habían colocado en su estructura, y sus blindados hacían ejercicios de tiro con las cabezas de los Budas. Los talibanes se limitaron a expresar ante la prensa internacional, que con la destrucción de los Budas no hacían sino cumplir con el precepto del Islam que prohíbe la representación de falsos dioses. Una subjetiva interpretación del Corán por la que, sin embargo, el terrorismo islamista sentaba las bases de un macabro plan para destruir el pasado histórico de la Humanidad.

En el actual estado de Irak, en el espacio de tierra existente entre los ríos Tigris y Éufrates (Mesopotamia), es donde hace más de seis mil años comenzaron a desarrollarse las primeras ciudades. Por ello es criterio común considerar que la Historia de la Humanidad comenzó en Mesopotamia y se desarrolló a través de sus grandes culturas: sumeria, acadia, y asiria, cuyo ciclo se cerró con el imperio neobabilónico, instaurado en el 625 antes de Cristo. Las artes y sobretodo la arquitectura, y la escultura, alcanzaron con el pueblo asirio (2.000-620 a. C.), su más alto grado de perfección. Su primer rey, Asur, fundó la ciudad iraquí de Nínive, cuyos restos arqueológicos fueron descubiertos, en 1850, por los investigadores Botta y Flandin. Asimismo, fue gracias a la labor científica llevada a cabo por destacados arqueólogos del siglo XIX, como Lagard, Place, Rawlinson, y Oppert, como se pudo llegar a la interpretación de los miles de escritos cuneiformes, grabados en tablillas de barro que los arqueólogos han ido descubriendo a lo largo de años en distintas excavaciones llevadas a cabo en Irak. Y es que hasta el difunto Saddam Hussein se habría planteado poco antes de que estallase la guerra de Irak, en 2002, el iniciar una campaña arqueológica con el objeto de descubrir los restos de la bíblica torre de Babel.

Gracias a la Arqueología, sabemos que los asirios adoraban el luz y el fuego bajo diversas formas, y a este culto se unía el del Sol, la Luna y los planetas. Y como pueblo abierto a la diversidad, también sabemos que su lenguaje y costumbres eran asimismo, similares a los de sus vecinos de Siria. Construyeron, al igual que los egipcios (y aztecas y mayas en América del Sur) grandes pirámides escalonadas, denominadas zigurats. Sin embargo, paradojas de la vida, del mismo modo que antiguamente Irak fue la cuna de la civilización, lo está siendo ahora de la barbarie.

A finales del pasado mes de febrero, el Estado Islámico (EI) ocupaba la ciudad iraquí de Mosul y procedía a la destrucción (dentro de su táctica sistemática de atentados contra el patrimonio arqueológico) decenas de esculturas de época del imperio asirio, que se hallaban expuestas en el Museo de la Civilización. Pero "llueve sobre mojado", porque esta misma institución ya fue noticia en 2003, tras la invasión estadounidense de Irak, cuando algunas de sus más importantes piezas arqueológicas fueron, misteriosamente robadas. El arte y la cultura, junto con los niños, y la población civil, son las primeras y más numerosas víctimas de las guerras. Y es muy posible que bajo la justificación religiosa de la destrucción del patrimonio arqueológico, los integrantes del EI escondan una razón mucho más terrenal: se trataría de vender en el mercado negro, y a un alto precio (con la finalidad de financiar su actividad terrorista), miles de obras antiguas de arte, las cuales resultaría imposible vender de manera legal.

El 5 de marzo, cientos de radicales del EI se emplearon a fondo en la destrucción de los vestigios arqueológicos existentes en la ciudad de Nimrud (acabarían su "trabajo" el 12 de abril, destruyendo las estatuas del siglo XIII a. C. que les quedaron en pie). Y el 7 de marzo, prosiguieron de manera sistemática, arrasando con retroexcavadoras los restos arqueológicos de la ciudad de Hatra.

Pero la barbarie del EI contra el patrimonio mundial no se está ciñendo tan solo a Irak, y ayer mismo, conseguían tomar definitivamente la ciudad de Palmira, después de un asedio de días. Palmira (o Tadmor: Ciudad de las palmeras) fue un importante enclave de Siria, erigida a 150 kilómetros del río Éufrates y a unos 200 de Damasco, sobre en un extenso oasis al oeste del país. Posiblemente fundada por el rey Salomón, Palmira formó parte de los imperios de Nabuconodosor II, de Ciro, de Alejandro Magno y de Roma, durante el imperio de Trajano. Palmira fue la estación principal de la "Ruta de la seda", entre Europa, Oriente Medio y la India, a través del Golfo Pérsico y el Eúfrates, hasta llegar al Mediterráneo. Fue a comienzos del siglo III d. C., bajo el gobierno de Odenato y de su esposa Zenobia, cuando Palmira se convirtió en la capital de un Estado poderoso, pero acabó siendo destruida en el 272 por Aurelio, y reedificada de nuevo por Justiniano I, hasta que sus edificios fueron abandonados en la Edad Media.

Convertida en uno de los grandes iconos de la arqueología mundial y, declarada en 1980 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la directora de esta organización internacional, Irina Bokova, ha apelado a los dirigentes de todos los países del mundo para que muestren su más absoluta repulsa ante los posibles nuevos atentados contra el patrimonio arqueológico, que los radicales del EI pudieran estar planeando llevar a cabo en Palmira. Porque como la propia Bokova ha indicado en su mensaje: "La destrucción deliberada del patrimonio es un crimen de guerra". Historiador y periodista