Fue un golpe tremendo porque llegó en el momento más inesperado y con toda la crueldad. Su efecto, terrible. El zaragocismo quedó roto por el dolor y devastado por la eliminación a manos del Numancia en La Romareda más mágica de los últimos tiempos. Desolado. Ahogado en una tristeza enorme. Fue una decepción de grandes dimensiones porque la ilusión que había despertado este equipo había sido gigantesca y la comunión con su afición, histórica. Lo resumió el capitán Zapater. «Sentía que este era el año». Lo sentía él y lo sentía toda la ciudad. No lo será. Las lágrimas al final del encuentro de Borja Iglesias, de Lasure, de Delmás, del legendario Belsué fueron las lágrimas de todo Aragón.

Con la decepción a flor de piel y los corazones rotos es difícil encontrar un espacio para la razón. Pero detrás del daño de la derrota, emocional, económico y deportivo, hay un rincón sólido para la esperanza que irá emergiendo conforme el duelo vaya sanando. Este era el año. Lo pensaba Zapater y lo pensaba cualquiera. No lo ha sido. Tendrá que ser el siguiente. El Real Zaragoza ha puesto esta temporada unos cimientos consistentes de un proyecto que debe continuar consolidándose a través del grueso principal de la plantilla, que mayoritariamente continuará, y afinando en la elección de los puestos claves como la delantera, donde el hueco que dejará Borja será profundo a todos los niveles. Hoy todavía parecerá que el mundo se acabó ayer. Pero hoy debería ser el primer día para el regreso del Real Zaragoza a Primera.