El impacto de la crisis económica ha sido muy notable en el terreno de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG). En un estudio promovido por la Obra Social la Caixa, se calculó que el descenso de las ayudas institucionales había descendido en un 22% en el período 2010-2012, el más notable del ciclo, mientras que las aportaciones privadas superaban el 25% de decrecimiento. Las alternativas se cifraban en la necesidad de concienciar a la población para que asumiera los retos sociales y ambientales y, en consecuencia, en el impulso en la captación y fidelización de nuevos socios. Esta es la estrategia que las oenegés han puesto en práctica de manera visible en los últimos tiempos. Grupos de jóvenes captadores, contratados en su mayoría, o voluntarios, se hacen presentes en las calles más transitadas con el objetivo de conseguir altas para la organización que representan. Las campañas funcionan como motor económico y también como canal de sensibilización, a partir de un código de buenas prácticas que pasa por convencer a los transeúntes, en un encuentro captatorio «de proximidad», y con controles estrictos de las propias entidades. En la combinación del proselitismo necesario para la supervivencia de las oenegés y el respeto por la intimidad de los hipotéticos donantes se halla el secreto de la viabilidad de este nuevo fenómeno ciudadano.

Diferentes ciudades españolas, incluidas algunas aragonesas, han organizado diferentes actos para conmemorar el Día del Pueblo Gitano, que tuvo lugar ayer domingo. No son tan solo actos simbólicos, sino que son una forma de rendir homenaje y reparar a estas alturas la deuda histórica que la sociedad tiene con este pueblo. Una deuda de discriminación, olvido y estigmatización. Es el gitano uno de los colectivos que han sufrido a lo largo de la historia más discriminación y racismo, perseguido prácticamente en cualquier parte del mundo donde estaba. A su alrededor se ha ido construyendo con el tiempo un cúmulo de estereotipos negativos que ofrecen una versión sesgada de la realidad de los gitanos, vinculándolos a la delincuencia, la ignorancia y unas costumbres atávicas que se relacionan a una especie de subdesarrollismo voluntario, lo que no tiene en cuenta siglos de desigualdad e inequidad.

En muchas ocasiones, tras llamamientos supuestamente razonables de modernización se esconden voluntades uniformizadoras. Contra ello trabajan muchos colectivos dentro del colectivo gitano, sobre todo organizaciones de jóvenes a los que solo cabe ayudar en su tarea de adaptar la realidad gitana a los tiempos actuales sin que ello implique renunciar a su identidad y lograr que la sociedad en su conjunto entienda a un pueblo estigmatizado desde hace siglos.