En estos días de fervor bélico, todas las miradas se dirigen al nuevo comandante en jefe, Donald Trump, y a su oriental adversario, Kim Jong Un. ¿Habrá guerra? Numerosas señales de humo, el bombazo en Afganistán, la estela de los portaviones del Tío Sam, la ignición de los cohetes norcoreanos apuntan a que sí, y muy pronto.

Previamente, el espionaje de uno y otro país trata de evaluar con exactitud las fuerzas del enemigo.

Las agencias norteamericacanas siguen siendo las más eficaces y sofisticadas, entre otras cosas porque se nutren de las mejoras cabezas, a menudo con alumnos superdotados de sus Universidades y también procedentes de las británicas Oxford y Cambridge, del MI5 y MI6. Esa es, al menos, la teoría de J. S. Monroe, quien en Búscame (HarperCollins) fabula sobre una red ultrasecreta del espionaje USA--GB aplicado a los conflictos del sudeste asiático. Entre ellos, el de más rabiosa actualidad, Corea del Norte.

Sin embargo, ni una imaginación tan brillante como la de Monroe sería capaz de crear un personaje a la medida de Kim Jong Un. Empezamos a familiarizarnos con él cuando se hizo amigo del jugador de la NBA Dennis Rodman, cuyas juergas, de disco en disco y de avión en avión, acababan en Pyongyang, como huésped del tirano.

Kim y él iban juntos a los partidos, se fumaban un puro y después visitaban algún arsenal. El dictador norcoreano ya había liquidado a varios miembros de su familia (le faltaba aún el hermanastro, que acaba de caer) y se sentía cada vez más preparado para dar lo suyo a los traidores de Corea del Sur, a los japoneses, vietnamitas, filipinos y, por supuesto, a los odiados chinos, de cuya ortodoxia comunista Kim ha copiado el modelo militar y esos desfiles donde las hipnotizadas masas se rinden ante sus robotizadas compañías de infantes de marina, soldados, pilotos, tanquistas, artificieros, fuerzas especiales e ingenieros atómicos capaces de ampliar el alcance de sus misiles y el poder destructor de sus ojivas nucleares. Kim ha reunido lo peor del comunismo, fascismo, militarismo y nacionalismo en una sola y terrible página de la historia encabezada con su nombre y escrita con sangre. De su esclavizado pueblo brota hoy una adoración ridícula; mañana, dolor y miedo a la muerte.

A los yanquis les va a durar tres telediarios.