Sin duda, diálogo y política son, o debieran ser, dos caras de una misma moneda, pues hacer política, desde una óptica democrática, claro, exige una actitud dialógica. Sin embargo, el diálogo es un diálogo situado, en un momento concreto, lo que puede derivar en obstáculos que lo dificulten sobremanera. Apelar al diálogo está bien, sin duda, pero hay que adoptar una posición materialista ante él, es decir, colocarlo en un contexto. Desde el idealismo filosófico, los llamamientos al diálogo como herramienta política se hacen desde la descontextualización del mismo y lo presentan como una consecuencia exclusiva de la voluntad de las partes. Esa es una aproximación demasiado simplista que obvia todos los condicionantes que pueden producirse en torno a un diálogo humano, tanto en el ámbito individual como en el político.

El Ayuntamiento de Zaragoza es un buen ejemplo de la cuestión. La actual legislatura es una historia de desencuentros entre una izquierda que, a priori, debería haber disfrutado de una situación mucho más cómoda. Y no ha sido así. Y los análisis poco profundos despachan la cuestión remitiendo a la falta de capacidad de diálogo del equipo de gobierno. Sin duda, algo hay que colocar en el debe de ZeC que, ante su situación de mayoría minoritaria, debería haber sido más consciente de la necesidad de implementar estrategias más efectivas para no vivir en el constante desasosiego. Pero la cuestión es mucho más complicada, pues en el diálogo no depende todo de una de las partes.

Desde mi punto de vista, ese diálogo en la izquierda se ha visto condicionado por dos cuestiones muy poderosas y que no cabe achacar a ZeC. La primera cae del lado de un PSOE que ha gobernado la ciudad de Zaragoza en numerosas ocasiones y que ha visto cómo una buena parte de la política de ZeC se aplicaba, como no podía ser de otra manera, a desmontar muchas de las perniciosas inercias, de cuño neoliberal, que el PSOE había establecido en el ayuntamiento. En esta legislatura ha salido a la luz la infame política de contratas que se había aplicado desde el ayuntamiento, por el PSOE y el PP, y que, además de privatizar servicios públicos, no solo los hacía más ineficaces, como suele ser habitual frente a la moto que nos intentan vender los negociantes de servicios privados, sino que estaba plagada de irregularidades, algunas de ellas gravísimas, como servicios facturados y que no se habían prestado. Por muy buena disposición que haya habido por parte de ZeC, es difícil imaginar al PSOE desmontando la política que él mismo se encargó de articular. Acordar con ZeC suponía, por tanto, reconocer los profundos errores -vamos a llamarlos así- de las políticas pasadas por parte de aquellos que fueron sus protagonistas.

La segunda, de muy diferente cuño, hace referencia a CHA. Ahí la cuestión es mucho más táctica que política. ZeC es una experiencia de confluencia de la izquierda, experiencia a la que se intentó que CHA se sumara, como ya lo había hecho a aquella famosa candidatura conjunta con IU y a Iniciativa Social que llevó a Chesús Yuste, primero, y a Alvaro Sanz, después, al Congreso de los Diputados. A pesar de que CHA estuvo en esa alianza, desde el primer momento advirtió, de una manera legítima, que no estaba en ningún proceso de confluencia. Eso fue lo que le llevó a rechazar formar parte de ZeC. A partir de ahí, la perniciosa lógica partidaria comienza a funcionar. Y ya sabemos que un partido no puede, si quiere sobrevivir, manifestar su constante acuerdo con las iniciativas de otro, porque eso lo volvería superfluo. Incluso aunque esté de acuerdo, ha de plantear distancia, discrepancia. CHA no participa del análisis que defendemos algunos de que es tiempo de olvidarse de siglas y de pequeña política y que hay que intentar un proyecto colectivo, muy amplio, que nos permita hacer frente a la profunda regresión que estamos viviendo. Es legítimo, desde luego, pero desde mi punto de vista, de una gran estrechez de miras en estos tiempos tan decisivos.

Las lógicas partidarias, de carácter muchas veces sectario, han desempeñado siempre un papel nefasto en la izquierda. ZeC nació de un esfuerzo muy potente para superarlas, para aunar tradiciones y colectivos históricamente enfrentados. Algose ha avanzado en esa dirección, pero queda, es evidente, mucho camino.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza