En el fútbol todo sucede a la velocidad de la luz, muy rápido, tanto que las emociones se superponen en un margen estrecho de tiempo. Se transita de la amargura a la felicidad al cabo de un par de victorias. Las consideraciones sobre este o aquel futbolista también suelen variar a ritmo vertiginoso en muchas ocasiones. Hace un tiempo no muy lejano, tres meses acaso, en el fútbol la eternidad, Diamanka era poco menos que la pieza motriz que movía al Real Zaragoza. Con él en el campo, el equipo no perdía nunca. Fue hasta talismán.

Contra el Albacete, el senegalés volvió a ser titular por la ausencia de Javi Ros. Hizo un mal partido. Lánguido, desafortunado, con poca energía y desubicado, nada raro después de tanto tiempo fuera de onda. Ros le ha comido el sitio por la fuerza natural de los hechos. No es un futbolista excepcional ni brillante, pero tiene más que Diamanka. Más fuste, mejor concepto posicional, un despliegue físico más ordenado y un toque de balón más limpio. En tres palabras: es mejor jugador.

Diamanka siempre ha sido lo que ha sido: un futbolista para sumar, útil, nunca para liderar a un aspirante al ascenso, de rol complementario pero difícilmente principal, que durante varias jornadas rindió incluso por encima de sus máximos, lo cual hay que cargar en su balance de méritos. Pero ese era uno de los problemas del equipo, de aquel quiero y no puedo. Que por momentos Diamanka llegó a ser el mejor jugador del Real Zaragoza. Mal asunto, claro.