Diez años después de la inauguración de la Expo, uno de sus emblemas, el Pabellón Puente, está a punto de tener destino: albergar un museo o muestra permanente de innovaciones para la movilidad. A la vista de que durante dos lustros no había surgido ninguna idea alternativa, habrá que saludar esta propuesta. Y si surge otra para la Torre del Agua, miel sobre hojuelas. De momento, en Ranillas no hay nada de lo que se pudo prever en los días gloriosos antes y durante 2008. Ni Ciudad del Cine, ni gran parque empresarial. Y es que hace diez años también, cuando nos las prometíamos más felices, vino la crisis financiera e inmobiliaria y ese fue el disparo de salida para la implantación (tanto si quieres como si no) de un nuevo modelo social y político. Hasta hoy. De la abundancia a los recortes, de la euforia al ajuste, del pleno empleo al empleo de mierda, de las ocurrencias a la dura realidad. Pero nunca es tarde si la dicha es buena y a lo mejor acabamos por dar algún destino coherente y sostenible al jolgorio arquitectónico de la maravillosa Expo.

Diez años después de aquella fiesta, Aragón se debate en el enredo de un futuro que ya es presente y que se nos echa encima. Como una locomotora que estuviese a punto de atropellarnos pese a venir avisando con sus pitidos desde muchos kilómetros y mucho tiempo atrás. Chufla, chufla... y todas esas memeces.

Andorra y el Bajo Aragón vuelven a pedir tiempo y ayuda antes de que cierren la térmica y las minas de carbón. Que sí, que sabíamos lo mal que estaba el tema, pero gran parte del dinero procedente del plan Miner y del Fondo de Inversión de Teruel se ha tirado en mamarrachadas, en acciones sin sentido ni futuro. Hace diez años, por cierto, en la Zaragoza expositiva se hablaba mucho de sostenibilidad medioambiental. Aunque casi ningún prócer institucional o fáctico se tomaba aquello en serio: ni el cambio climático ni la protección del territorio ni otras zarandajas. El lignito turolense no ha pasado de ser una excusa para llevar a cabo políticas de escaparate, actuaciones a corto plazo (¡esos polígonos industriales vacíos!) y el más descarado clientelismo. Los agentes sociales más preclaros estaban también en el ajo. Quienes llevaban la contraria al discurso oficial y oficioso eran denostados y puestos en ridículo: pesimistas, cenizos, boinasrosca (¡el colmo!), aburridos... Los paletos (mientras barrían para casa, eso sí) te llamaban paleto. Una falsa de modernidad de plexiglás y formica daba contenido a unos presuntos programas de desarrollo que no desarrollaban apenas nada. En Madrid, los jefes del momento pasaban de todo. Ya sabían que aquí somos de buen conformar.

De diez años a esta parte también han habido cosas buenas. La Zaragoza de hoy es fruto del 2008 y desde entonces la ciudad vive de aquello mientras lo sigue pagando. El problema radica en que ni antes ni ahora las élites que gobiernan a plena luz o desde la sombra han reflexionado sobre el inmediato pasado ni han querido aprender lección alguna. Hoy solo les frena la falta de recursos financieros (públicos, por supuesto).

No será raro que nos pille el tren.