Es muy probable que haya quien piense que los mitos son cosa del pasado, y que eso de venerar y adorar a personas, personajes, símbolos o representaciones era propio de los tiempos de incivilidad e incultura y no de ahora, pues el racionalismo y la técnica que en la actualidad vertebran nuestras vidas destierran cualquier conducta parecida. Sin embargo, creo humildemente que se equivocan. Cada época, cada sociedad, cada grupo e incluso cada persona cree y crea sus propios mitos. Y ello no me parece una muestra de incoherencia sino un reflejo por un lado de la compleja naturaleza humana tan racional como pasional pero también, y a la vez, de su fragilidad y vulnerabilidad.

Mitificar supone depositar y proyectar en algo o alguien «superior», mejor, más bello o perfecto las esperanzas a menudo maltratadas por la crueldad o dureza de la monotonía. Mitificar es soñar, un intento no del todo confesado de apartarse de lo vulgar y grosero, un trato entre la verdad, la mentira y la ilusión. Los niños mitifican a sus padres y sus héroes; los adolescentes tras destronar a sus padres mitifican a algunos de sus amigos y a los «famosos», que por época y tema toque mitificar, todos lo hemos hecho.

La cosa no es mucho más complicada en la edad adulta. Muchos (especialmente si son varones) mitifican a sus ídolos deportivos. Baste ver cómo las noticias de prensa, radio y televisión dedican buena parte de su tiempo y contenidos a relatar la crónica de este o aquel equipo, futbolista, tenista… A no ser que yo viva en un entorno poco representativo las mujeres, la mayoría al menos, no compartimos ese afán; o no en esa medida. No veo en ello nada bueno ni malo, simplemente una diferencia más entre nosotros. Por supuesto, tómese esto como lo que es, una personalísima opinión sin ánimo de generalizar, pero que sinceramente responde a la realidad de mi contexto.

Dicho esto, ¿a quién mitifican las mujeres adultas? Difícil cuestión que a falta de estudios estadísticos y sociológicos a mi alcance también la contextualizaré en mi medio. Es evidente que unos y otras, al margen de lo dicho respecto al deporte, tenemos nuestros propios mitos e ídolos en el ámbito de la literatura, la música, el arte o la ciencia, eso va de suyo. Pero entonces, ¿cuáles son o dónde están los mitos propios de las mujeres? Pues a decir verdad y si me dejo guiar por mujeres a las que conozco o he conocido bien yo diría que más bien mitificamos a personas cercanas a las que admiramos. Lógicamente podrá decírseme que también los varones y claro que sí pero aquí como en tantas otras ocasiones la diferencia está en el promedio y el porcentaje, en el matiz.

Es decir, siendo cierto, a mi juicio, que ambos (mujeres y hombres) mitificamos a gente corriente, con franqueza creo que nosotras lo hacemos en mucha mayor medida y no sé si será porque no nos dejamos llevar por ciertos brillos, si será cosa natural o tal vez una cuestión cultural. La verdad no lo sé, lo que si sé es que la mayoría, por no decir todas, las mujeres que conozco -compañeras, amigas, familiares…, con independencia de los lazos que me unan a ellas- suelen reservar menos parte de su corazón y de su tiempo a los grandes mitos y mitificar más a personas anónimas para la mayoría, héroes o heroínas para ellas. Si no les parece mal seguiré observando, pensando en ello y quizás escribiéndoles contándoles mis impresiones al respecto.

*Profesora de Derecho. Universidad Zaragoza