Esto del azud en el Ebro, aunque sea una cosa muy zaragozana, tiene una interesante proyección sobre Aragón entero, donde abundan los cacharros, infraestructuras e invenciones hechos a costa del erario, evidentemente inviables, onerosos y sin aparente salida; pero que precisamente por haber costado tantísima pasta tampoco es factible abandonar o desmontar sin más. De hecho, todas las personas sensatas que manifestan su oposición a que se deconstruya la represa que lamina el río al pasar por el Pilar argumentan que aquello costó veinticinco millones y ahora quitarlo de ahí también saldría por una pasta. Claro, tirar por la borda semejante inversión...

Se supone que cabría buscar soluciones intermedias, alternativas factibles con la ayuda de empresas privadas o fundaciones o lo que fuere. Pero una cosa es suponerlo y otra conseguirlo. Porque además no se trata sólo del azud. Los dos edficios emblemáticos de la Expo, el Pabellón-puente y la Torre del Agua, por ejemplo, costaron un huevo y la yema del otro (el doble o triple de lo presupuestado) y ahora nadie quiere hacerse cargo de ambos cadáveres. Abramos foco: el aeropuerto de Huesca se ha quedado para actividades muy menores y de momento lo mantiene el Gobierno central, pero tiene menos futuro que un servidor como gigoló; Motorland ha engullido alrededor de doscientos millones (tirando por lo bajo), sigue devorando un pico cada año y sin embargo parece imposible darle alguna salida que no suponga echarle el candado (mientras, el Ayuntamiento de Alcañiz se endeuda sin remedio). Y eso por poner dos ejemplos al norte y el sur de la geografía aragonesa, que podrían ser muchos más. He aquí un jodido dilema. O alguien inventa la manera de evitar que las consabidas ocurrencias sigan devorando presupuesto e impidiendo nuevas y más eficientes inversiones públicas, o se privatizan (sólo que estos chollos no los quiere nadie)... o se abandonan y se pierde lo puesto. Aquí me gustaría ver a los listos que inventaron tales maravillas. Pero a esos, ¡ay!, échales un galgo.